domingo, 2 de marzo de 2025

Sobre "Elogio de las Cantinas"*




El destierro de los bebedores es el título de una novela que no se ha escrito. Me vino a la mente después de leer el primer párrafo de un reportaje, publicado un sábado de octubre del año 2020, en el portal del Sol de Morelos.

A la letra lo reproduzco: “Desde antes de la contingencia sanitaria, las cantinas tradicionales de Cuernavaca, habían venido a menos ante la feroz competencia de bares y antros de moda, de franquicias y demás que ofrecen muchas veces a sus clientes, principalmente jóvenes, litros y litros de bebida, a decir de los viejos cantineros, de dudosa procedencia y por ello muy barata, hoy tras la emergencia luchan por sobrevivir, con las recetas de antaño, las ricas botanas, la atención esmerada y las bebidas preparadas para "los crudos" o "enfermos", que padecen la resaca a consecuencia de una buena borrachera”.


El informe daba continuidad a una crónica que años antes había leído —creo— en El Universal, en el que se consignaba la expulsión de los viejos clientes de las cantinas del Centro Histórico, perpetrada por nuevas hordas de jóvenes consumidores de micheladas con gomitas, chicharrones de harina y música de reggaetón.

Yo mismo he tenido desencuentros con quienes han convertido en imposible el antiguamente santo ritual de la conversación en las cantinas. Porque además de reír a volúmenes inhumanos, esos chicos recién avenidos a la mayoría de edad, se apoderan de las rocolas y las obligan a escupir cánticos ininteligibles mientras ellos trapean el piso con las nalgas.

¿Qué poeta, como los que cita Jorge Arturo Borja en su libro, podría escuchar el susurro de una musa en medio de semejante escándalo? ¿Se habrían escrito sonetos memorables si los autores no podían escuchar ni sus propios pensamientos?

Ahí radica la valía del libro “Elogio de los cantinas”, de mi tocayo, que traza un mapa arqueológico de templos de Dionisio que por desgracia y en su mayoría, ya no existen. Fueron sepultados bajo nuevos bares para chavos, maquilas de borrachos de diseño, en los que no sirven cantineros ancestrales, sabios y científicos, como los de antaño, sino arrogantes “mixólogos” y “bartenders” que shakean como maraqueros asquerosos brebajes imbebibles con petulantes apelativos en inglés. Son ellos quienes, gentrificados hasta la náusea, reemplazaron los antiguos destilados por jarabes de hierbas como el romero y la albahaca.

A Borja lo conocí cuando asistíamos al taller de Eusebio Ruvalcaba, el último gran bebedor que se acodó en las cantinas de este país. Me atrevo a decir que fue el último no porque las personas ya no beban, sino porque del trago Eusebio hizo un arte. Parafraseando a José José, Ruvalcaba fue quien nos enseñó que “beber y tragar no es igual, tragar es sufrir, beber es gozar”.

Un día, Borja me propuso redactar una columna para Playboy, la revista que por gracia diabólica me toca editar, una columna sobre cantinas. No necesitaba saber más. Aquello tenía dos ingredientes fundamentales: el tema me apasionaba y el autor me seducía con su pluma. Desde entonces, mi tocayo entregó por capítulos las piezas de este bellísimo rompecabezas. Debo decir que tengo el privilegio, no de editar, porque a Borja no hay que moverle ni una coma, sino de ser el primer lector de este Elogio.

Mes a mes, desde hace varios años, primero en su formato impreso y más recientemente en digital, me llené los ojos de sus anécdotas, de sus deliciosas escenas, de sus exquisitas añoranzas. Inclusive me atreví a realizar expediciones citadinas a donde estuvieron o aún permanecen algunas de esas cantinas: El Bar Florida, La Vaquita, el Tenampa, el Oaxaca o antros como el Waikikí y hasta el Swinger Palace. Con el perdón de mis colegas de revistas como Dónde ir, Chilango o Time Out, ninguna de las guías que han publicado acerca la vida nocturna de la Ciudad de Mexico le acaricia si quiera los talones a este documento.

“Elogio de las cantinas: Breve Memorial de Antros, Bares, Cantinas y Lupanares” sólo tiene un defecto y lo anuncia desde su título: efectivamente es muy breve. Pero se desfruta como los tragos, a pequeños sorbos y hasta saludar el fondo del vaso.

Mientras lo volví a leer para esta presentación, me asaltó una epifanía. Ojalá que el DeLorean de “Volver al futuro” existiera, porque sin dudarlo me montaría en su habitáculo, echaría a andar el condesador de flujos y pasaría a recoger a mi amigo Borja para decirle “Tocayo, tenemos que volver al pasado y evitar que desaparezcan todas las cantinas de las que hablas en tu libro y que yo escriba una novela que se llame ‘El destierro de los bebedores…
…Pero antes, vamos por un trago”.

Gracias.

*Texto de Arturo J. Flores, Editor de Play Boy México, para la presentación del miércoles 15 de mayo de 2024 en el Centro Cultural José Martí.













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