Territorio de uno mismo.
Odín Hernández Ortiz.
Fa Editorial.
México, 2025.
Sostenía William Faulkner que la mayoría de los narradores son poetas fracasados, que se iniciaron en la escritura de versos. No es éste el caso de Odín Hernández, quien empezó al revés, es decir escribiendo cuentos hace más de 10 años. Tampoco se podría asegurar que es un cuentista fracasado porque esa concisión, esa economía del lenguaje y esa tensión que pide el cuento, las fue decantando hasta colocarlas en la piedra preciosa del poema.
Se puede decir, en cambio, que Odín se aferró a escribir una poesía tan concentrada, transparente y fresca como una gota de agua. Una gota que en su persistencia fue horadando esa roca que es la página en blanco, en donde plasmó expresiones, ritmos y metáforas que dan cuenta de las verdades agridulces de la vida.
Si como decía Juan José Arreola, la poesía es un báculo que sirve para orientarse, para sostenerse y para enfrentar a la desdicha; la poesía de Odín tantea en el sinsentido de la ciudad para devolverle el peso y la consistencia a lo aparentemente absurdo y trivial.
En Territorio de uno mismo, el poeta Odín procede como un verdadero agrimensor, uno que tiene como propósito encontrarse a sí mismo, reconocer lo que le pertenece en el ejercicio de la plena soberanía del espíritu, pero encarnándolo en el mundo de los coloquialismos, coincidiendo tal vez con la búsqueda de Nicanor Parra cuando afirma “Y quiero que mi alma encuentre a su cuerpo”.
“Confundido Narciso
Como un Narciso encandilado
salgo de la habitación
y me acerco al espejo de agua del excusado
solamente para olerme.”
En sus versos se asoman las verdades duras, las esenciales, las que mueven al llanto o a la risa, sin términos medios. Se les podría acusar de exagerados pero no de mentirosos; de ser una vana enumeración de necedades, pero así son los argumentos más convincentes de la vida. Tal y como dice una de sus líneas “porque la vida es necia/ -por eso crecen flores en el pavimento-”.
Es importante mencionar que ante la poesía edulcorada y verborreica que predomina en el panorama de las letras, Territorio de uno mismo presenta un voz contenida que busca devolverle a las palabras su fuerza elemental.
salgo de la habitación
y me acerco al espejo de agua del excusado
solamente para olerme.”
(Territorio de uno mismo. Página 29)
En sus versos se asoman las verdades duras, las esenciales, las que mueven al llanto o a la risa, sin términos medios. Se les podría acusar de exagerados pero no de mentirosos; de ser una vana enumeración de necedades, pero así son los argumentos más convincentes de la vida. Tal y como dice una de sus líneas “porque la vida es necia/ -por eso crecen flores en el pavimento-”.
Es importante mencionar que ante la poesía edulcorada y verborreica que predomina en el panorama de las letras, Territorio de uno mismo presenta un voz contenida que busca devolverle a las palabras su fuerza elemental.
Con versos intensos y agudos, lo mismo refiere el paisaje cotidiano de una ciudad que es paraíso e infierno, ola y estruendo, pero en la que los días aún van dejando su espuma en el recuerdo.
“A pasar por mi calle
el pregón de la niña
que dice que se compra
casi cualquier cosa que no sirva
se ha quedado callado
por temor a que alguien salga
y se entregue
Todo se ha ido
como cuando el mar se retira de la costa
dejando sólo el silencio
algunas moscas
y este maldito calor
Es tan sólo el infierno que habita en cada uno
lo que perturba una tarde como esta"
“A pasar por mi calle
el pregón de la niña
que dice que se compra
casi cualquier cosa que no sirva
se ha quedado callado
por temor a que alguien salga
y se entregue
Todo se ha ido
como cuando el mar se retira de la costa
dejando sólo el silencio
algunas moscas
y este maldito calor
Es tan sólo el infierno que habita en cada uno
lo que perturba una tarde como esta"
(“La vida en retirada”. Página 57)
Con este poemario, Odín Hernández confirma su condición de cartógrafo del alma, de fundador de ciudades donde cohabitan el pecado y la ternura, la desesperación y la dicha, una tierra de apaches donde se venera al “Santo Señor del veneno”.
“Soy territorio fantasma
con bandidos locales en pleno ejercicio
las cantinas siempre abiertas
y la banda del pueblo que toca
todo el tiempo
sus trágicas canciones.”
(“Territorio de uno mismo”. Página 36)
Deseamos que estos versos transparentes y frescos como el agua pero ásperos y pesados como la piedra, ayuden a romper el hielo con que el tiempo va recubriendo el corazón.
Jorge Arturo BorjaCiudad de México,1 de octubre de 2025.




















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