domingo, 31 de agosto de 2025

Lámpara sin luz


Después del daño

Bruno Bellmer.

Editorial Vitralli, México 2025.

La escritura de ficción, por lo menos en el siglo XVIII, era un vehículo que además de entretener y proponer puntos de vista, se dedicaba a aleccionar y transmitir valores que se suponía eran los de la razón. Por eso las fábulas y la novela ocupaban un lugar importante en la educación académica que se proponía fundar un mundo nuevo. Pero como dijo Francisco de Goya: “El sueño de la razón engendra monstruos” y ya hemos constatado qué ocurrió con el mundo.

Hoy vivimos la pesadilla de ese sueño encarnada en los nuevos monstruos de la AI que va a esclavizarnos o en los aliens que están prestos a invadirnos no se sabe si para conquistarnos o para salvarnos. De cualquier manera ya estamos perdidos. Quizá como dice un célebre meme nada más vienen a salvar a nuestras mascotas, que es lo único que vale la pena de nuestra civilización.

Estas reflexiones no vienen a cuento por una vocación de nihilismo sino por la lectura de la más reciente novela de Bruno Bellmer Después del daño. En primer lugar sería conveniente saber si las novelas sirven para algo. ¿Con las novelas se puede cambiar el mundo?, ¿se puede corregir la vida aunque sea nada más la de un individuo?, ¿pueden curar una pandemia o ayudan a fortalecer nuestra economía doméstica?, ¿se puede salvar de morir a alguien leyendo una novela?, bueno, ¿tan siquiera sirven de entretenimiento y la lectura de un libro donde solamente hay letras impresas nos puede apartar de la última biopic que aborda la vida de un comediante canibal o de una cantante ninfómaniaca? La respuesta casi general es NO.


Las novelas ya no sirven para nada. Ni siquiera para que el autor gane dinero con ellas. Aunque sería injusto negarles alguna utilidad. Sobre todo ante esas personas que se siguen empeñando en escribirlas o para aquellos más obtusos que se aferran a leerlas.

Las novelas son como esas linternitas o esas velas que encendemos cuando se nos va la luz. Cuando falla la tecnología o cuando nos encontramos en lugares muy apartados de la civilización y necesitamos guiarnos en los senderos más obscuros, siempre es necesario llevar esa linternita o esa vela.

Esto me recuerda unas líneas de José Hernández en “La vuelta del Martín Fierro”:

“Canta el gaucho.... y ay! Jesús!
Lo miran como avestruz
Su inorancia los asombra;
Mas siempre sirven las sombras
Para distinguir la luz.”

Las novelas sirven, como dice Martín Fierro, para saber distinguir entre las sombras y la luz. Por eso desde el siglo XIX los autores del realismo francés, inglés y ruso, además de los naturalistas que se creían algo así como científicos del alma, se dieron a la tarea de alumbrar esas profundidades del espíritu para entender al ser humano.

Hoy con tantos avances científicos y tecnológicos, la literatura sigue vigente porque en su auscultación del hombre y la sociedad aún da cuenta de que sufrimos las mismas carencias desde que se cantó la épica de Troya. Tenemos los mismos impulsos y sentimos las mismas emociones casi desde que nuestros antepasados bajaron de los árboles y la escuela de la vida fue afinando su sistema nervioso. Seguimos siendo animales prestos para la destrucción y el daño o también para la construcción y el beneficio. Un ciclo vital en la tensión de los extremos entre eros y tánatos.

En Después del daño, se demuestra a la par la animalización de un individuo al mismo tiempo que su redención. Es el propósito de una novela en serio. Aunque Brumo Bellmer, su autor, ya ha demostrado solvencia narrativa en sus libros anteriores: Funky Gun, de 2017; Ave Azul, de 2020; Psicosis en Ciudad Ruido, de 2018; Deja de rascarle los huevos al Diablo, de 2019 y Cuando muere el Sol, de 2020; es en Después del daño donde confirma su estatura como escritor.


Esta novela es un viaje al infierno de la cárcel y al infierno interior de Jordan, un personaje, que como hacía Henry James siguiendo su técnica de los reflectores, es iluminado desde distintos ángulos, desde las distintas voces de sus familiares y conocidos, para dar una dimensión cada vez más aproximada de qué siente y por qué hace lo que hace este joven monstruo.

En una estructura que se mueve con igual pericia en el presente y en la reminiscencia, el autor relata la infame vida de un muchacho que comete las peores atrocidades, desde el incesto hasta el matricidio. Un personaje, sin embargo, tan humano, que conmueve al lector. Una especie de moderno Frankenstein que en busca de la aceptación y el amor se encuentra con el rechazo y el odio de su familia y el mundo.

“Luego insistió en que nada iba a importar. La vida, la gente, la propia naturaleza física y química de los ciclos. Todo iba a perderse. Cada tropiezo humano, cada gesto de cariño, cada nombre, libro, edificio y canción. Las personas, pensó, somos ajenas a la trascendencia. El placer, el amor, el sentido no bastan. Lo que permanece no es lo que vivimos ni lo que decimos, ni siquiera lo que pensamos. Es lo que destruye. Sólo el dolor deja una huella imborrable del paso humano sobre la tierra.” (Después del daño. Página 43.)


En Después del daño, Bruno Bellmer ha conseguido colarse en los grandes temas de la humanidad y abordar ámbitos que muy pocos en la literatura mexicana han abordado, como es la cárcel, que José Revueltas con El Apando (Era, 1969) ha explorado a fondo; o el tema de la alienación y las drogas, que Luis Carréon presentó en El Infierno de todos tan temido (FCE, 1975). En su novela, Bruno Bellmer logra recrear con gran acierto situaciones y carácteres de la realidad mexicana, penetrando con el escalpelo de las letras en la intimidad y las profundidades de jóvenes que viven intensamente esta época. Y a través de esta obra realiza un cuestionamiento a la familia y a la moral que nos ha tocado sufrir, demostrando que la literatura no es solamente una transmisora de valores éticos o morales, sino un punto de apoyo del gran cuestionamiento social.

“Vagar por la noche, sentirme de la verga, ni empadarme, ni reír, culero, no mames, la vida es otra cosa tan rara que nos pasa y no sabemos controlar, y yo estoy solo, hecho mierda, me hicieron a un lado, me mandaron a la verga, y la vida, culero al mundo le importamos una mierda, si nos morimos, si somos felices, si no lo somos, si amamos o si no, si nos enfermamos, somos ricos, somos pobres, a la vida no le importa, todos nos vamos a ir a la verga...” (Después del daño. Página 207.)

Con su escritura, Bellmer, sin saberlo cumple con la preceptiva del gran Maestro Martín Luis Guzmán, quien exije al escritor la capacidad de hacer una interpretación artística de las esencias reveladoras de lo que el hombre es en diferentes planos de existencia. Bellmer, como una suerte de Virgilio, desciende hasta el séptimo círculo del infierno, para mostrar al lector la violencia donde se gesta el amor de los más puros.



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