lunes, 30 de junio de 2025

El Diario*


Pablo Lorenzo Doria

Buscó la gorra de su equipo favorito de hockey sobre hielo en el armario, ahí encontró un cuaderno de notas que nunca había visto antes. Lo abrió, en las primeras hojas venía el nombre de Luisa Miller en letra manuscrita. El nombre estaba escrito de una forma suave y fina; le recordó su infancia, aquellos días que ya se habían ido.

Tom se quedó solo en la pequeña cabaña, fue a mediados de aquel lejano año cuando Scott decidió partir a la ciudad, y él prefirió quedarse en casa. No quería dejar su único hogar.

—¡No hay nada que hacer aquí! —decía Scott tratando de convencer a su hermano de dejar la casa.

—¡Me quiero quedar! ¡Vete tú!

—No seas necio, cabrón, vente a la ciudad.

—Me quedo cuidando la granja.

Cuando terminó de leer parte de los apuntes en el cuaderno, se levantó y fue a darle de comer a las gallinas y a Betsy, la preferida de casa. Pasaba largo rato con ella y cuando lo necesitaba la ordeñaba y le cantaba. Su memoria volvía a esos días en que los tres estaban juntos.


Luisa le hablaba a sus hijos que jugaban en el jardín.

—¡Ma! ¡Mi hermano me aventó al corral de la vaca!

—No seas chillón, solo te empuje tantito.

—Ya dejen de jugar con la vaca y vénganse a comer.

Cuando era la hora de comer, Luisa le cantaba a sus hijos, a ellos les gustaba escucharla mientras comían, y éste era uno de los pocos momentos en que los hermanos no se peleaban. Tom se acercaba a ver a su madre cuando ordeñaba a Betsy. En una ocasión Luisa vio a su hijo, el más pequeño. Tom se asomaba desde el marco de la puerta con los ojos clavados a las manos de su madre

—Tom, ven acá.

Tom se acercó a ella, Luisa lo abrazó y desde ahí le enseñó a ordeñar a Betsy, al mismo tiempo ella comenzó a cantar.

—Ma, ¿no le duele a la vaca?

Luisa sonrió y le dijo que no y siguió cantando. Las manos de Tom y las de su madre jalaban las ubres de la vaca al mismo tiempo. Él sentía los pechos de su madre chocando con su espalda. Éste recuerdo llegó con fuerza y Tom comenzó a cantar igual a su madre.

El sonido del teléfono regresó al presente a Tom, descolgó y reconoció la voz de su hermano.

—¿Bueno?… bien, señorito de la ciudad… ¿Cuándo?… Sí, y vamos al bar con todos… Ya sabes, igual que siempre… A Willy lo agarraron con la esposa del granjero Ernest… Sí, esa Ginger… Cómo dices estupideces… sí… encontré el diario de mamá… arriba, oculto… no entiendo bien su letra… ah, sí, te espero… jódete tú también… adiós.

Tom colgó el teléfono. Fue al corral, le dio un beso a Betsy y salió al bar. Más tarde en la noche regresó a casa con una mujer. Rolliza, de piel blanca, cabello oscuro. Los dos, después de varios chistes y un par de cervezas, se encontraban cerca de la puerta, entre la casa y el corral. Ella se encontraba agachada, Tom la penetraba y sus grandes senos se movían como dos suculentos jamones.


Los mugidos, el olor del heno y el grano de maíz, la vagina de ella cada vez más mojada, los suspiros de los dos, toda esa mezcla hacía que él no aguantara más.

Tom volteó a ver a su vaca Betsy al venirse; al hacerlo, los ojos de la vaca parecían estar observándolo con celos. Al terminar, los dos se quedaron ahí acostados un momento, ella se fue al cuarto. Tom se quedó un momento ahí, recordando lo que había escrito su madre.

Al día siguiente, cuando se levantaron, ella comenzó a hacerle preguntas sobre su hermano y su familia. A él comenzaban a molestarle las preguntas.

—¿Te llevas bien con tu hermano?

—Sí.

—¿Lo extrañas?

—A veces.

—¿Tus padres?

—Ya murieron —su voz cambió, prendió un cigarro, se levantó de la cama y se puso los pantalones.

—Me acuerdo de tu madre, tenía un bello rostro.

—Sí, recuerdo su mirada —se puso la chamarra y se abrochó el cinturón. Ella se calzó los zapatos, se pintó los labios y salieron juntos a comer. Al terminar, ella le dio un beso y le apuntó su número de teléfono en una servilleta. Tom la guardó en su chamarra.

Cuando regresó a casa dejó la servilleta en la mesa, en ese momento tocaron a la puerta. Al abrir, Tom vio que era su hermano Scott. Los hermanos se abrazaron, después Scott entró al que era su antiguo cuarto y dejó sus cosas. Tom sacó el diario de su madre y se lo dio para que le leyera un poco. Scott lo vio por los dos lados, lo olió, abrió y vio la letra de su madre. Comenzó a leer, Tom fue por un par de cervezas.

…Tom me sigue viendo desde el marco de la puerta, le enseñé a ordeñar a Betsy, creo que le llamó la atención. A Scott no le causa alegría estar en la granja, de la escuela me hablan diciéndome que se la pasa levantándole la falda a las niñas …

…Scott es más travieso, le encanta molestar a su hermano, pero siempre lo cuida de otros niños más grandes. Tom es más penoso, y veo que varias compañeritas de su escuela se le acercan…

…Noté que Tom me ve los senos cuando estoy con Betsy, me di cuenta cuando Scott hizo ruido al entrar al corral, ya no son mis pequeños niños, tendré que hablar con ellos pronto…

Cuando terminó de leer, los dos hermanos se quedaron callados por un momento. Solo se escuchaban los ruidos de un par de camiones que pasaban por la calle.

—¿La extrañas? —preguntó Tom a su hermano.

—Sí, nos cantaba a cada rato.

—Me enseñó a ordeñar a Betsy.

—Solía aventarte al corral.

—¡Pinche citadino pendejo! —Tom sacó dos cervezas del refrigerador, luego fue por una bolsa de botana.

—¿Qué hay de nuevo en la ciudad? —preguntó Tom.

—Todos son unos estúpidos, el Metro siempre está lleno —Scott estiró las piernas y se acomodó en la silla.

—¿Y las mujeres de allá son iguales?

—Les gusta el dinero y te preguntan muchas cosas.

—¿Sales con alguna o sigues igual de gay?

—¡Pendejo!, salí con la secretaria de mi jefe.

—¿Qué tal está?

—Senos redondos, cinturita, pelirroja…

—De seguro es flaca, como te gustan.

—¿Y tú? ¿Cómo te va?, tienes tu pegue, perro.

—No sé…

—¿Recuerdas a la señora Dorothy?, te comía con la mirada.

—No, cómo crees.

Los dos tomaron otra cerveza, Scott veía a su hermano a la cara y notó algo diferente.

—¿Y esa sonrisa, campesino?

—¿Qué sonrisa? —Tom se puso rojo.

—¿Con quién fue?

—No hice nada… ¿Qué dices?

—Seguro que con la flaca pecosa, ¡Penny!

—A ver, no hice nada con nadie.

—Te estas colgando tú solo.

—Fue ayer…

—¿Con Penny la flacucha, Trixi la tartamuda?

—No —Tom prendió un cigarro.

—A quién se lo hiciste, dime. Vivo en la ciudad, nadie se va a enterar.

Tom no supo el porqué, pero dijo tres letras.

—Mag…

—¡Maggie! —la risa de Scott se escuchó con fuerza, no paraba de reírse. Para la mala suerte de Tom, sus amigos llegaron en ese momento y se enteraron de todo. No dejaban de molestar. Salieron de la casa burlándose y cantándole canciones en alusión al tema.

Horas después, casi al amanecer, los hermanos regresaron borrachos. Tom vestía una camisa con la imagen de Peggy de los Muppets mandando un beso, y un peluche de una cerdita en bikini.



Pasaron un par de días, los hermanos salían al billar y a ver a algunos amigos de la familia. Scott aprovechaba para ver a otros amigos de su generación. Tom salía a caminar, pensaba en lo que había leído y quería seguir leyendo. A Scott parecía incomodarle la situación y esperó a que su hermano regresara a la ciudad.

…No sé qué es, pero siento un dolor cerca del pecho, tengo que hacer algo, ni los baños con sales minerales me quita el dolor…

…Mis padres ya vienen a vivir con nosotros, me medicaron para bajar el dolor de pecho, ya solo es algo que se siente a veces, pero no quiero que mis hijos me vean sin fuerzas…

…Los niños están contentos de vivir con los abuelos, al sentirme mejor he vuelto a masturbarme en el corral, no sé si está bien, pero me siento satisfecha…

…En las noches, después de que se bañan los niños voy al corral, los niños no lo saben, no quiero que se enteren, Willy el granjero viene a la casa en las noches, tenemos sexo en el corral, no le he dicho a nadie, me siento sola y cada vez que viene Willy me siento un poco mejor con él.


Tom salió un par de veces más con Maggie. Una tarde en la que estaba cantando y ordeñando a Betsy, sacó un cigarro y se lo puso en la boca. En su mente inició una tormenta de ideas y deseos, lo leído en el diario de su madre, Peggy, los senos de su madre.

Puso un banco atrás de Betsy, se quitó el pantalón, se subió y penetró a su vaca. Tom no pensaba, sólo seguía sus instintos. Sentía que liberaba algo que tenía guardado. Por momentos pensaba en Maggie en otras solo decía “Sí” casi gritando. Cuando terminó, se bajó del banco, se sentó en el sillón, prendió la tele y se puso a fumar. Algo dentro de él lo hizo sentir satisfecho y una gran sonrisa se pintó en su cara.



*Cuento del libro Imaginista.

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