domingo, 3 de abril de 2011

Chinga tu madre

Elogio a la mentada

Es una expresión sumamente popular pero muy agresiva, la máxima injuria en el repertorio de insultos nacionales. Por ella dos mexicanos pueden matarse o demostrar la más entrañable amistad intercambiándola como saludo. Es la muy mentada Mentada.

Se compone de dos de las locuciones más significativas del español de México. Del verbo Chingar, que de acuerdo con el maestro Antonio Alatorre probablemente provenga del habla calé o gitana (de cingarár que quiere decir pelear) y que en la acepción del diccionario de la Real Academia más aproximada al sentido nacional se entiende como “practicar el coito”. Ya Octavio Paz en el Laberinto de la soledad apunta que “denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también herir, rasgar, violar –cuerpos, almas, objetos-, destruir.”

Para volverla realmente ofensiva, se acompaña del sustantivo Madre. En el contexto de una patria matriotera, como dice Gabriel Zaid que es la nuestra, alude al elemento más sublime de la familia. Así, dos vocablos de sentidos totalmente opuestos forman una voz malsonante y vulgar pero tan contundente y precisa que no tiene traducción ni sinónimos posibles. ¿O cómo podríamos decirla sin que sonara ridícula? ¿Vete a fornicar a tu progenitora? ¿Practica el coito con la mujer que te engendró?

A este insulto tan socorrido la voz coloquial le ha suprimido la preposición “A”, y el sentimiento nacional le ha puesto notas musicales para dedicárselo con silbidos a los policías de tránsito o con cornetas a los árbitros de futbol. Así mismo se le representa físicamente con un puño que se cierra, un antebrazo que se eleva y un codo furioso que se agita. Hasta en internet tiene su equivalente en la expresión "Cheka tu mail".

Podemos encontrarlo como una doble apócope (supresión de algún sonido al final de un vocablo) en el púdico “¡Chin chin!”; como aféresis (supresión de algún sonido al principio de un vocablo) en el felino “¡…Gatu madre!”; e incluso como eufemismo turístico, en el oriental “A Shangai a Sumatra.”

De la mentada también se derivan otras expresiones, como el sustantivo colectivo (nombra individuos de la misma especie) Chingamadral, usado para referirse a una gran cantidad de personas o cosas; por ejemplo: “En la cámara de diputados hay un chingamadral de ojetes.”

La interjección ¡Chingada madre!, que es una suerte de lamento por un error propio o ajeno; ejemplo: “¡Chingada madre, ya se rompió el condón!”

El imperativo ¡A chingar a su madre!, es el modo verbal idóneo para despedir al presidente que está por acabar su mandato; ejemplo: “¡A chingar a su madre, grandísimo pendejo!”

El juramento ¡Chingo a mi madre!, de uso frecuente entre individuos bajo los efectos de la intoxicación etílica pero con un alto sentido del honor, indica la fe en una convicción que se apoya en los afectos más sagrados; ejemplo: “¡Chingo a mi madre si no gana la Selección Nacional!”

La mentada es la frase atávica que habita el alma de todo mexicano y que adquiere su verdadera dimensión cuando se profiere entre buches de tequila o en la nostalgia de la lejanía. Lo pudo constatar José Revueltas cuando viajó a la desaparecida Unión Soviética en el contigente de mexicanos que asistieron al Congreso Internacional Comunista en 1935. Entre los vítores de la multitud vieron llegar a José Stalin, el Mariscal de Hierro, el Padre de los Pueblos. De pie y con el puño en alto los comunistas mexicanos empezaron a brincar y gritar: “¡Chingue a su madre Stalin, chingue a su madre Stalin, chingue a su madre Stalin!” como espontánea muestra de su admiración. El mismo Revueltas entendió el valor de esta expresión al preguntarse “¿Qué mayor ofrenda vocal le está permitida a un mexicano?”

La mentada es emoción, veneno, escudo y proyectil. No en balde María Félix en la película La Cucaracha (Ismael Rodríguez, 1958) les exigía a los revolucionarios: “¡Si se les acaba el parque aviéntenles mentadas, al fin que esas también duelen…!”

N del A: Querido lector, si después de leer estas disquisiciones usted piensa que son nada más que un mero pretexto para que el autor ordinario y soez insulte a sus lectores, puede ensayar cualquiera de las siguientes respuestas para devolverle la injuria:

A veinte.
La tuya en vinagre.
La agarro en el aire.
Me saludas a la tuya.
La tuya que es mi comadre.
Pa qué si ya la chingó mi padre.
La turca porque la mía es árabe.
¡Ah, cómo chingas!, pero a tu madre la respetas.

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