(Los Humedales de Ojeteperro III)
Para mi compadre Adrián El Negro
a manera de sentida disculpa.
Es noche de brujas, para rematar la parranda el amigo Marco se convierte en virgilio y mecenas de cuatro aventurebrios sedientos y en busca de emociones fuertes. Tres guerreros y un veterano de las noches de la ciudad tomamos Eje Central y nos dirigimos hacia el 126, en la Colonia Centro, al legendario Bar Azteca.
A mediados de los cincuenta este bar formaba parte de un circuito de centros nocturnos que, más allá de Garibaldi, ofrecían variedades de tríos y mariachi. En lo que era Niño Perdido y hasta San Juan de Letrán (el actual Eje Lázaro Cárdenas) se podía agarrar la parranda en El Amanecer Tapatío o El Guadalajara de Noche bebiendo tequila y cantando canciones rancheras. En el Azteca, de las nueve de la noche en adelante, se podía escuchar al mariachi de Rafael Arredondo que a veces acompañaba a un joven entonces veinteañero quien se hacía llamar Javier Luquín y que se asomaba a cantar en la puerta para atraer a la clientela. Fue el dueño del bar, Leodegario Hernández, quien convenció al muchacho de cambiarse el apellido por el de “Solís” porque sonaba más “pegador”.
Del Azteca salió Javier Solís una madrugada de enero de 1956 para ir bastante desvelado a grabar su primer disco a la Columbia y comenzar una cadena de éxitos que lo iban a encumbrar como el rey del bolero ranchero. Desgraciadamente la carrera de Gabriel Siria Levario, nombre verdadero de este ídolo, iba a prolongarse solamente por una década, pues murió en circunstancias muy extrañas el 19 de abril de 1966 mientras convalecía de una operación de la vesícula en el Hospital Santa Elena. La causa oficial de su deceso fue una colesistis aguda, es decir una infección de los canales biliares, de acuerdo con la declaración del doctor Francisco Zubiria. Sin embargo la conseja popular dice que fue envenenado porque andaba de romance con la querida del presidente de ese sexenio. Como dice un famoso bolero “Sabrá Dios”… El caso es que murió Javier Solís y el Azteca se fue convirtiendo poco a poco en un tugurio invadido por ficheras, que así se les llamaba a las damiselas que alternaban y bailaban con los clientes a cambio de unas copas.
A principios de los noventa el arribo de los table dance cambió para siempre la vida nocturna del Defectuoso, y las costumbres eróticas de los mexicanos. Las actuales teiboleras seguramente aún jugaban con muñecas o no eran más que un pensamiento cachondo de sus progenitores cuando los teibols empezaron a invadir la Ciudad de México. Los primeros que abrieron eran los Foxies de Álvaro Obregón. En ellos las viejas ficheras fueron desplazadas por las jóvenes teiboleras que, por lo general, tenían mejores atributos físicos para poder departir en bikini, taparrabo o toplés con la clientela. Además no era necesario tenerlas en la mesa consumiendo para después pagar su salida como en los antiguos antros; en los teibols se impuso un sucedáneo: el table-dance o privado, también conocido como la danza del machete. Así que en vez de tener que pagar varias bebidas para acceder a los encantos de la dama, el caballero solamente debía comprar una ficha para sentir las oscilaciones de las caderas femeninas sobre el parámetro libidinal. Con el tiempo se fueron perfeccionando nuevas variantes que incluyeron “el teibol doble”, en el que el caballero es atendido por dos damas al mismo tiempo; “la mazorquita”, en que la dama recrea la técnica de desgranar un elote con los dientes sobre el pantalón del usuario y “el oral” o “el completo” que son los de más alto precio.
Esta nueva diversión transformó para siempre el panorama de Eje Central y Fray Servando. Se abrió el Estudio 54 y el Mirog; al Azteca se le añadió la categoría de Mens Club para convertirlo en un enorme escaparate de muñecas de carne y hueso que desde mediodía recorren la enorme pasarela del lugar y que de cuando en cuando se asoman a la puerta, tal como hacía Javier Solís hace más de medio siglo, para atraer a la clientela.
Entramos a ocupar una mesa enfrente de la pista. Debe haber más de 20 chicas de buen cuerpo e insólitos disfraces, hoy lucen como vampiras, lloronas y brujas que se prodigan en el striptease de la pista. En los entreactos pululan de mesa en mesa incentivando a los usuarios a ocupar sus servicios. Tan singular apremio se explica porque, según afirman los entendidos, las chicas solamente ganan lo que les procuran las propinas, y para entrar a trabajar en estos antros deben pagar por lo menos 500 pesos la noche. Por eso ellas resultan mejores que un auditor de hacienda para evaluar en pocos minutos la capacidad económica del cliente, tarea que resulta por demás complicada si se considera que entre las costumbres del mexicano espléndido subsiste aquella de gastar más de lo que se gana en un mes de trabajo en una sola noche de parranda. Así que ni por la ropa ni los modales es posible saber de cuántos recursos dispone un individuo con facha de mecánico, vendedor de Tepito o cargador de la Central de Abastos.
A nuestra mesa se acerca una viuda negra cubierta con una gasa oscura pero que deja traslucir sus agresivos pezones, junto a una diablesa de top y tanga roja, con cuernos y tridente. Nos preguntan si pueden acompañarnos y luego con la mayor naturalidad, como si nos conocieran de años, nos saludan uno por uno de beso en la mejilla. Les presento a los convidados:
-Él es Luis Raúl, el poeta de los apodos, éste es Marco, el pintor de las estrellas, y el de color más serio es Adrián, mejor conocido como El Negro, poeta de la Ramos Millán.
-¿Y tú cómo te llamas?
-A mí me dicen Ojete Perro, pero pueden llamarme simplemente Perro… ¿y ustedes?, no nos han dicho cómo se llaman.
-Mortijia –dice la enlutada con acento costeño.
-Nirvana –responde la diablesa masticando chicle.
Morticia se sienta entre Raúl y Marco. Nirvana toma asiento entre Adrián y yo. Mientras le explico que su nombre es una contradicción porque el Nirvana es un estado en que el individuo se libra de todos sus deseos, ella le acaricia la entrepierna a Adrián.
-¡De negro auténtico! –le dice con voz de experta catadora al poeta de la Ramos Millán, quien sonríe triunfador.
Como deslizo mi mano sobre su muslo, Nirvana se vuelve hacia mí y con mirada de fastidio me pregunta.
-¿Cuántos años tienes?
-Tengo menos quince.
Nirvana se queda perpleja, yo insisto con otra explicación: “A mi edad ya voy en cuenta regresiva”. Me ignora y se inclina al oído de Adrián para susurrarle algo. El mesero nos trae la primera ronda de tragos. Las damas beben un coctel que cuesta el doble de nuestros vodkas. Aceptamos gustosos pagar el costo de poder “conversar” con nuestras invitadas.
La Morticia morena mantiene a Raúl y Marco muy entretenidos con su plática. Entre el escándalo de la música alcanzo a escuchar: “Me gujhta mucho el sexo, con hombre o con muhere”.
-¿Y con quiénes te gusta más? –pregunta Marco vivamente interesado.
-Puej depende de lo que hagamo. Por ehemplo las muhere besan mehor que los hombre…
-¡No es cierto! –interrumpe Raúl-, dices eso porque nunca me has besado. ¿Por qué no hacemos la prueba? Primero besas a Nirvana y luego me besas a mí para decidir quién lo hace mejor.
-La hacemo pero con una condición… que ujtede doh se besen primero –dice Morticia
Marco y Raúl se miran indecisos. Morticia sonríe desafiante. Raúl da un trago a su vodka y luego dice:
-A estas alturas no nos vamos a rajar, compadre, vamos a demostrarles de qué cuero salen más correas.
-¡En el nombre sea de Dios! –dice Marco mientras cierra los ojos, aprieta los puños y para la trompa.
Raúl se inclina para besarlo. Morticia suelta la carcajada. Nirvana y Adrián ni siquiera se dan cuenta porque están en fervoroso faje, intercambiando lenguas y sopesando con las manos las armas del contrario. A nadie parece interesarle que dos hombres se besen en un antro de mujeres desnudas. Yo me empiezo a sentir como un fósil de la época de las ficheras, de la era del mariachi. No comparto las costumbres de estos jóvenes, les llevo veinte años de desventaja, no soy poeta ni pintor y, para colmo de males, estoy muy lejos de ser negro.
En los altavoces se escucha: “Nirvana, preparada…” Ella se levanta despacio, mordiéndole suavemente el labio inferior a Adrián y luego se va. Morticia la acompaña diciendo que regresa rápido, dejando con un palmo de narices a Raúl y Marco. Nirvana sube a la pista. Avienta su tridente a un lado. Se agarra con la pierna del tubo y da tres vueltas. Baila al ritmo de un sonido ponchis ponchis mientras se acaricia el sexo por encima de la tanga roja y deja flamear su lengua húmeda. Primero se despoja del top de cuero y después se acuesta para quitarse las medias negras de ala de mosca agitando en el aire sus largas piernas. Al final se despoja de la tanga y nos muestra sin recato la boca del mismísimo infierno, cárdena y palpitante, enmarcada por un fino rasuradito, casi como el bigote del inmortal Javier Solís. Los borrachos aplauden. Nirvana le avienta besitos a mi amigo. El Negro, en el apogeo de su gloria, me confiesa:
-Bróder, me cae que soy puto si no le doy cachuchazo a esta vieja.
Es el sueño más sublime de todo artista: encontrar una teibolera que no le cobre por sus servicios y termine manteniéndolo para demostrarle su amor. En lo más recóndito del cerebro masculino habita un padrote.
Raúl y el Negro van al baño a meterse unas tachas. Marco lee un mensaje en su celular y luego dice nervioso. “me tengo que ir, ai me despides de los cuates”. Deja dos billetes como cooperación para pagar la cuenta y desaparece entre el público cada vez más entusiasta. Nirvana me encuentra solo en la mesa.
-¿Y tus amigos?
-Fueron a buscar dinero –le digo a modo de disculpa.
Detengo a Nirvana haciéndole una propuesta.
-No te vayas, te pago dos copas si me ayudas a hacer una broma.
Cuando termino de explicarle el plan regresan Raúl y el Negro. Les informo que se fue nuestro mecenas y pido una última ronda con el dinero que dejó. Raúl bebe en silencio mirando de reojo cómo Morticia se divierte en la mesa de unos tipos con acento norteño y botas de piel de víbora. Nirvana alza su copa y brinda con nosotros. El Negro le da un beso apasionado. Ella tiene la mano en su entrepierna y dice con autoridad de juez:
-¡Qué grandota la tienes!
El Negro sonríe sintiéndose el rey del barrio. Nirvana estira la mano y me toca a mí en el mismo lugar.
-¡Ay cariño, pero la tuya es más grande! –exclama y se vuelve a darme un beso en la boca. El Negro abre los ojos sorprendido. A nuestro lado pasa una comparsa encabezada por un mesero con máscara de hombre lobo y cinco muchachas que agarradas de las caderas van bailando una conga. Raúl se integra a la fila con pasos de ebrio. El Negro me tiende la mano como buen perdedor.
-Nos vemos bróder.
-¿Por qué te vas tan pronto, si apenas va a comenzar el concurso de disfraces? –pregunta Nirvana.
-Voy a conseguir uno y regreso –responde el Negro alicaído antes de dar la espalda y perderse en el mar de parejas que se contonean entre las mesas. Hubiera querido decirle que era una broma, pero el hubiera no existe.
-Tú también necesitas un disfraz, uno de diablo –me dice Nirvana.
-Yo necesito otro trago –y sacando juventud de mi cartera pido otra ronda para los dos. Mientras recuerdo unos versos siento cómo sube la temperatura, el aire se empieza a poner extrañamente ardiente “y yo retorno al tiempo primitivo/ cual si tuviera unas patas de chivo/ y unos cuernos en la frente.”*
*Poema de Luis Carlos El Tuerto López (Colombia, 1879-1950).
¡¡¡Bravo, pinche compadrito!!! Qué envidia. Por no estar en tan inmundos sitios. Pero la peor, por no escribir así.
ResponderEliminarChingón, mi querdio Master. un cuento completo. Muy a tu estilo, lleno de anécdotas urbanas y pícaras
ResponderEliminarMuy buena reseña de la transicion de los cabarets a los table dance y por cierto he visitado mucho este table dance y la chica llamada Nirvana si existe, no se si fue inventado en tu relato pero la chica existe y es muy buena "onda". Y asi es exactamente el lugar muy a su estilo, desde el medio dia hay variedad y dentro de todo es un buen ambiente.
EliminarNo maus, solo aplica para tan celebre anecdota la frase "Mas vale el diablo por viejo que por diablo"...jajajaja
ResponderEliminarpakas2000@hotmail.com
pero que me dices de los cabarets, la pampa, las cavernas, la perla, el caballo loco, el imperio, la arena, en donde a las damas de compañia las encontrabas afuera, si, porque si no conseguias ligar a una fichera de adento del cabaret, afuera ya te estaban esperado las prostitutas que te ofrecian de todo, cogida y contagiada: todo por el mismo precio
ResponderEliminarIncreible , magnifico , descrito olor,color y sabor del lugar me quito el sombrero
ResponderEliminarjorge pero tu esposa sabe de tu blog verdad
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