miércoles, 28 de junio de 2017

La bondad de la brevedad*

A las flacas se las lleva el viento.
Jorge Antonio García Pérez.
Cofradía de Coyotes. Minificciones.
Abril de 2016.

Decía Baltasar Gracián: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si breve, no tan malo." Y esa apreciación se cumple a cabalidad en la redacción de un cuento. También Tito Monterroso, que de cuentos sabía todo lo que es necesario saber, decía que mientras más claridad se tenga en el tratamiento de un tema, más cortos salen los textos. Tal vez por eso en la factura de una buena minificción se conjuntan cualidades tan encontradas como la hondura y la claridad, para poder alcanzar la contundencia.


El siglo XIX, con sus lánguidos trenes y sus románticos barcos de vapor, heredó a la literatura un estilo de cuento que alcanza su clímax a través de una tensión estirada a lo largo de varias páginas. Es por eso que a muchos lectores acostumbrados al sinuoso vaivén del empedrado les causa vértigo la superautopista del cuento breve. Sin embargo, una buena minificción, con tan solo unos cuantos párrafos, puede causar un impacto tan imperecedero como el de una gran novela. 




En antologías como Cuentos breves y extraordinarios (Editorial Losada, Buenos Aires, 1957) de los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, o El libro de la imaginación (Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1956) del mexicano Edmundo Valadés, se hallan piezas de insólita o patética belleza que comparten la condición de minificciones porque así lo consideraron sus compiladores, quienes fundaron su elección más en la contundencia de estas pequeñas joyas que en una sólida definición del género.

Lo paradójico de estas compilaciones es que quizás algunos de los mejores y más acabados ejemplos que contienen pertenecen a libros canónicos como La Biblia, Las mil y una noches, El Ramayana, El Panchatantra, o a autores clásicos como Heráclito, Plinio, Esopo, Cicerón y Plutarco.

Lo anterior no significa que los escritores de la Antigua Grecia o de la India Milenaria se hayan propuesto escribir una minificción, sino que simplemente quisieron contar una historia breve, que como los cuentos iniciáticos de las religiones o de las hermandades ocultas, cifrara en escasas líneas una enseñanza humana o divina. Más allá del valor alegórico de su conocimiento secreto, estas joyas narrativas valen por el mismo rigor en la concisión y precisión de las palabras que se demuestra en la poesía, pero su finalidad no es cantar sino contar.

Con cada nueva generación de cuentistas breves, los académicos y los investigadores intentan mayores aproximaciones a este fenómeno narrativo que por su viveza, variedad de recursos y aspiraciones de intemporalidad, se resiste a cualquier etiqueta. Las distintas maneras de nombrarlo (microcuento, minicuento, minificción o cuento breve), sólo obedecen al número de párrafos que lo componen o al nuevo abordaje teórico hacia el género.

 
En busca de una definición que incluyera los textos más diversos Edmundo Valadés anota lo siguiente: “es un cuento instantáneo, relampagueante, cápsula o revés del ingenio, síntesis imaginativa, artificio narrativo, ardid o artilugio prosísticos, golpe de gracia o trallazo humorístico”. A esta categorización habría que añadir una prueba infalible que el propio maestro Valadés gustaba repetir en sus talleres: “un cuento es algo que se lee en una sentada y se recuerda toda la vida.”

Desde el conocimiento de una añeja tradición narrativa, pero con el objetivo de contar una historia como si se acabara de descubrir el género breve, Jorge Antonio García Pérez escribe A las flacas se las lleva el viento. Cada cuento de este libro consigue tocar el corazón de un tema con una precisa y preciosa economía de lenguaje. La efectiva simpleza con que se narra es el producto del más acabado artificio.

Como un moderno Homero, el autor revive la mitología que habita en los personajes urbanos, de Ícaro a Penélope pasando por Pandora y Mercurio, la ciudad se va poblando de Dioses y Héroes, la anécdota sencilla se convierte en una singular epopeya Ilustrada por las fantasías de Fabiola Sánchez y Nayeli Velásquez.

 
Con los ecos del mito, de la Ciencia Ficción, de la literatura infantil e incluso de la social, Jorge Antonio García Pérez elabora un delicado mecanismo narrativo que además de la sorpresa, deja en el lector el tenue sabor de la ternura entre los que sufren, y de la hermandad entre los anónimos héroes de la gran familia humana. 

*Presentación de A las flacas se las lleva el viento.

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