El marihuano en la narrativa mexicana del siglo XX.
Juan Pablo García Vallejo.
Eterno Femenino Editores.
México, 2014.
Allá por los años ochenta del siglo pasado, había en
Calzada del Hueso, rumbo a la UAM-Xochimilco, una enorme pinta que rezaba así: “Los
guadalupanos somos mariguanos”. Durante
muchos años me pregunté qué significaba aquello: ¿un aforismo?, ¿un grito de
guerra?, ¿una declaración de principios?
Después de mucho tiempo y muchas lecturas he venido a
entender que esta sentencia encierra una verdad elemental: en México, la
marihuana no es simplemente una planta, sino una cultura. Un modo de ser que algunas
veces se manifiesta de manera subterránea, y que en otras aparece como un culto
que tal vez no iguale en número de feligreses, pero sí en fervor al
guadalupano.
Un afecto y una familiaridad nacida en casi cinco
siglos de convivencia, han hecho que los mexicanos la bauticemos de múltiples
modos. Café, grifa, guarumo, juanita, lechuga, maciza, mois, mora, morita, mostaza,
mota, motor, orégano, pasto, queso, risueña, tatacha, verde, verdolaga sagrada,
yerba, yerbabuena, yesca, zacatito: son algunos de los tantos nombres con que la
hemos llamado cariñosa e íntimamente.
Aunque tiene la peor reputación y se le considera como
la planta del preso, del albañil, de la
puta y el soldado, Doña Juanita ha
resistido los embates de las buenas conciencias, y los discursos oficiales y
las diatribas religiosas para distinguirse como la chispa del intelectual y del
artista. Bien sea entre el pueblo más humilde o entre los pensadores, pero Mary Jean sigue conservando y ganando
adeptos.
Desde 1920, cuando empiezan las campañas
prohibicionistas en México, y hasta la fecha, la mota ha venido ganando
batallas aun en contra de los medios de comunicación y sus estrellas, que en
seguimiento de las campañas gringas, públicamente se manifiestan por su
erradicación, mientras que celebran en privado su consumo, junto con el de
otros paraísos artificiales.
La condena pública a la planta también ha alcanzado a
sus consumidores. En la imagen del “marihuano”, creada por la prensa, la
literatura y el cine, se han conjuntado la perversión y la decadencia. Ya en
1895, Heriberto Frías describe en una de sus crónicas de El Demócrata, a uno de los ladrones más abyectos que habitaba la
cárcel de Belén:
“Tal es El Nahual, ser que repugna a todos los
delincuentes. Los más viles lo tratan con el mismo desprecio con que un
gendarme trataría un granuja.
Sucio, harapiento, husmeando como un perro flaco,
aniquilado el cuerpo por la marihuana y otros vicios, es sin embargo utilísimo
en la calle a las prostitutas descalzas que beben chínguere en los tendajos de
La Merced.”
El cine también ha contribuido al vituperio al
consumidor. En los años treinta del siglo pasado, José Bohr, el famoso “Che”,
filmó y dirigió en México Mariguana, monstruo
verde (1936), que abre con varias disolvencias de gangsters “dándose las
tres”, y un corte a una clínica donde una ex bailarina de cabaret, La
Golondrina, grita y se revuelve en cama por la abstinencia de la mostaza. De
ahí al villano Don Pilar, de Nosotros los
pobres (Ismael Rodríguez, 1949), que en un alucín de la verde mata a golpes
a la mamacita paralítica de Pepe El Toro. No podrían haberse conformado peores
estereotipos para el macizo.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. En México ha
habido marihuanos de toda laya. Desde personas del origen más humilde hasta
verdaderas celebridades. Personajes de distintas clases sociales, edades y
ocupaciones que solamente convergen en una actividad común: atizarle con
auténtico gusto.
Ya en el segundo capítulo de este libro se menciona
una tipología general del consumidor. Sin embargo haría falta inventar otra que
dé cuenta de distintas categorías de marihuanos de acuerdo con los efectos de
la sustancia.
La Risueña
Los que fuman de la risueña o vaciladora son
individuos joviales, ingeniosos y agudos, cuya divisa podría parangonarse a la
del gran César Vallejo: “Absurdo, sólo tú eres puro”. Son los que saben, como
el viejo Buda, que la iluminación se manifiesta a través de la risa.
Por su
estilo de chupabachas al fumar, bien podría señalarse a Cantinflas como sujeto
de esta categoría. Sin embargo no se ha documentado la afición a la moronga ni
por el personaje de marras ni por su intérprete Mario Moreno. En cambio sí
puede mencionarse a Adalberto Martínez Resortes como macizo mañanero, como bien
lo confirman los testimonios de varios asistentes de producción y lo
caracteriza la inconfundible voz rasposa de este cómico.
Otro de
los consumidores de la risueña fue sin duda El Gran Pacheco Tin Tan, que a
decir de su hija Rosalía, adquirió ese hábito inducido por sus amigos los Tex
Mex, el grupo musical que lo acompañaba en el teatro Follies. Germán Valdés solía
comentar en privado que llevaba treinta años fumándola y no se le había “hecho
vicio”. En sus películas hay constantes alusiones jocosas hacia la mota.
En la
biografía de Germán Valdés Aquí está su
pachucote… ¡Nooo!, Rafael Aviña comenta respecto de la costumbre de este
reconocido actor:
“Una de sus pequeñas aficiones consistía en fumar de
vez en cuando un pequeño carrujo de marihuana en medio de los rodajes, lo cual
aceleraba quizá su imaginación vivaz y desenfrenada, pues solía improvisar y
ejecutar escenas de gran aliento cómico y de acción. Evidentemente, Germán
Valdés estaba muy lejos de ser adicto: era un hombre que vivía la vida con
pasión, como otras personalidades de la talla de Humphrey Bogart o Charlie Chaplin.
Alguna vez se le preguntó si fumaba
mota, a lo que contestó ̔Bosques, mi hermano, bosques̕. En otra ocasión, a
bordo de su Tintavento (un pequeño yate
que tenía en Acapulco) colocó un enorme
comal donde quemó marihuana; los que participaron de esa fiesta colectiva de
amapola dicen que el barco parecía flotar encima de las aguas de Acapulco.”
También reconocidos
consumidores de esta categoría serían otros dos hermanos actores de Tin Tan:
Manuel El Loco Valdés y Don Ramón Valdés.
La
Inspiradora
Los que fuman de la inspiradora son seres en los que
predomina, como decía el gran Rubén Darío, la visión sentimental del mundo. De
una sensibilidad a flor de piel, la yerba enciende su imaginación creativa.
Músicos, poetas, o poseedores de esta doble condición como el maestro Agustín
Lara.
En la Gaceta Cannábica de mayo de 2011, cuenta
Pável Granados, biógrafo de Lara, que mientras el músico se encontraba en
Hollywood componiendo las canciones para el filme Tropic Holiday (Theodore Reed, 1938), fue a buscarlo
urgentemente Tito Guízar, uno de los protagonistas de la misma película.
“–Agustín, los productores de la cinta están
preocupadísimos porque ninguna de tus canciones les ha gustado. Me piden que te
pregunte por qué en México sí puedes escribir canciones de calidad y aquí no...
Lara le respondió:
–Eso se debe a que aquí no he podido conseguir marihuana y por eso no he podido inspirarme. Ayúdame a conseguir y te aseguro que voy a poder componer las canciones que quieren.”
Lara le respondió:
–Eso se debe a que aquí no he podido conseguir marihuana y por eso no he podido inspirarme. Ayúdame a conseguir y te aseguro que voy a poder componer las canciones que quieren.”
Como no pudieron conseguirle de la verde, que en ese
entonces era menos asequible en el gabacho, Lara tuvo que entregar algunos
temas antiguos que no tuvieron tanto impacto. ¿Qué proyección internacional hubiera
alcanzado El Flaco de Oro de haber encontrado lo que necesitaba?
Se podría hacer una larga lista con nombres de
pintores, poetas, actores y cantantes que han encontrado en la grifa su fuente
y motor de inspiración, y que con el valor de sus obras contradicen la nefasta
imagen del marihuano que permanece en el imaginario de las clases más
conservadoras de la sociedad mexicana. De Efraín Huerta a García Márquez, y de
Rita Macedo a Alberto Vázquez, muchos artistas han encontrado estímulo y
recompensa en el gozo singular que proporciona el toque consuetudinario.
La Relajante
Consumen de la relajante aquellos individuos que
necesitan disminuir la velocidad del mundo. Quienes encuentran en el guarumo
una puerta hacia la armonía interior. Los que buscan encontrar su centro, sin
importar su edad o su nivel social. La relajante es el aleph de los solitarios,
el bálsamo de los enfermos del alma.
Como infalible consuelo de los aburridos, a la juanita
se le encuentra lo mismo en Tepito que en las Lomas, en una choza de la sierra
de Guerrero que en un salón de Los Pinos. Tal como lo contó Manuel Ávila
Camacho, sobrino del presidente del mismo nombre, quien en 1969, después de un
concierto, llevó a Jim Morrison a la casa presidencial a una fiesta que
organizó Alfredo Díaz Ordaz, hijo del mandatario en turno. Se dice que ahí
corrieron toda clase de psicoactivos entre la juventud dorada de México, hasta
que disgustado por el volumen del rock, salió en bata el mismo presidente
Gustavo Díaz Ordaz para correr a todos esos jipis marihuanos. Este escándalo lo
recrea Fernando Rivera Calderón en su texto “La noche que Jim Morrison conoció
a Díaz Ordaz”.
También Fabrizio Mejía Madrid, en su biografía
novelada de Díaz Ordaz, Disparos en la
oscuridad, narra otra aproximación del ex presidente a la mariguana:
“El humo le llegaba a veces hasta la terraza. Lo sabía
porque olía a lo que su hijo Alfredo se prendía en Los Pinos, rodeado de
guaruras. Y empezó a pensar, otra vez, en el cáncer. Decían que la mariguana
ayudaba a los dolores, a las náuseas de la quimioterapia, al cansancio de las
radiaciones. Se rió. Él que había mandado detener la marcha de los hippies en
el Parque Hundido en 1967; él, que había militarizado Huautla, Ayautla y
Tenango porque hasta ahí llegaban las caravanas de chavos a meterse hongos
alucinógenos de la mano de una bruja que se llamaba como su madre, María
Sabina; él, que mandó al Estado Mayor Presidencial a desalojar a su propio
hijo, Alfredo –al que le decía “El Alfredazo”- y a Jim Morrison porque se
habían metido ácidos en la casa de Los Pinos. Nada más eso faltaba: ahora
compraría mariguana para los achaques.”
Otro ex presidente que tuvo experiencias con la
yerbabuena, fue Luis Echeverría. Cuenta Fernando Vallejo en El mensajero, la biografía novelada de
Porfirio Barba Jacob, que este poeta homosexual y mariguano, a quien llama el
“Pontífice Máximo de la inefable yerba”, acostumbraba iniciar a los muchachos
en tan singular hábito. A comienzos de los cuarenta, recibía en el cuarto del
Hotel Sevilla donde vivía, a jóvenes admiradores de sus poemas o de sus
columnas periodísticas.
“Una tercera visita le hizo David Guerra al poeta: con
Anuar Mehry, otro amigo de Shafick y de familia libanesa, y con Fedro
Palavicini. Barba Jacob les dio a fumar marihuana, que ninguno de los tres la conocía,
y Anuar empezó a saltar enloquecido por sobre los muebles. En ese mismo Hotel
Sevilla también le dio a fumar marihuana a Luis Echeverría, jovencito infatuado
y futuro hombre público, según me contó Fedro Guillén y como ya dije, y a los
jóvenes de la revista Barandal, según me contó Emilio González Tavera: a
Roberto Guzmán Araujo, Efrén Hernández, Rafael Vega Córdova, y un poetilla
envidioso de nombre insulso, Octavio Paz.”
Mucho habría cambiado en el país si Díaz Ordaz en vez
de acabar con aquella memorable desvelada hubiera compartido un churro con Jim
Morrison, o si Luis Echeverría hubiera conservado un hábito que seguramente lo
habría disuadido de dedicarse a cuestiones menos corrosivas que la política
priísta.
La Pensativa
La pensativa instala en sus adoradores una antena
abierta al cosmos, una línea directa con Minerva. Filósofos y científicos pachecos
se encuentran dentro de este apartado especial.
José Revueltas, escritor realista, político militante y
filósofo autodidacta pertenece a esta categoría. Autor de una novela magistral,
El apando, en la que la droga
funciona como leiv motiv, Revueltas
presenta en sus textos una visión descarnada y sórdida de los personajes más
lumpenizados en la que no falta el adicto. Sin embargo los recrea con una
sensibilidad en la que la voluntad humana se rebela continuamente ante la
maquinaria de un sistema que se empeña en anularla, en convertir a las personas
en mera estadística. El propósito de la escritura de Revueltas, hasta de la más
teórica, no es hacer teoría sino recrear
la vida.
Se cuenta de este autor, que durante su última
estancia en la cárcel, algunos visitantes le llevaban gelatinas de la verde,
como un humilde tributo a este gran libre pensador. Unos años después, durante
su estancia en el hospital, otros admiradores también le llevaron paletas de
vodka. Transgresor hasta las últimas consecuencias, en pensamiento, palabra y
obra, Revueltas quizás halló en la intimidad con la mota la oportunidad de un intercambio
dialéctico con los demonios que lo habitaban.
El Mariguano
Dice Albert Szent-Györgi, en uno de los epígrafes de
este libro: “Investigar es ver lo que todo el mundo ha visto, y pensar lo que
nadie más ha pensado”. Eso es precisamente lo que propone Juan Pablo García
Vallejo en esta mirada a la imagen del marihuano.
Se puede
recurrir al lugar común y mirarlo como monstruo o criminal, o también verlo
como el consumidor risueño, vacilador, inspirado, relajado, pensativo, que se
presenta en cada una de las diversas facetas que ofrece el encuentro personal
con la cannabis.
En El marihuano
en la narrativa mexicana del siglo XX, Juan Pablo García Vallejo elige
buscarlo -con rigor y humor sociohistórico- entre los personajes de la
literatura nacional. Pero no lo hace con ese afán canónico del académico todo
entendido que pasa la realidad a través del tamiz de una teoría miope, sino
desde la perspectiva que nace de un método más humano y libertario.
Si el encuentro entre la marihuana y el mexicano ha devenido
en una pasión que adquiere innumerables formas, sólo un autor que ha sido
consumidor, historiador, militante, investigador y analista de este fenómeno,
es capaz de descubrirnos su verdadera historia, y el por qué, a pesar de todos
los intentos del poder, la prohibición siempre será un fracaso .
*Prólogo del libro El marihuano en la literatura mexicana del siglo XX.
*Prólogo del libro El marihuano en la literatura mexicana del siglo XX.
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