domingo, 19 de octubre de 2014

Los guadalupanos somos marihuanos*



El marihuano en la narrativa mexicana del siglo XX.
Juan Pablo García Vallejo.
Eterno Femenino Editores.
México, 2014.
Allá por los años ochenta del siglo pasado, había en Calzada del Hueso, rumbo a la UAM-Xochimilco, una enorme pinta que rezaba así: “Los guadalupanos somos mariguanos”.  Durante muchos años me pregunté qué significaba aquello: ¿un aforismo?, ¿un grito de guerra?, ¿una declaración de principios?
Después de mucho tiempo y muchas lecturas he venido a entender que esta sentencia encierra una verdad elemental: en México, la marihuana no es simplemente una planta, sino una cultura. Un modo de ser que algunas veces se manifiesta de manera subterránea, y que en otras aparece como un culto que tal vez no iguale en número de feligreses, pero sí en fervor al guadalupano.
Un afecto y una familiaridad nacida en casi cinco siglos de convivencia, han hecho que los mexicanos la bauticemos de múltiples modos. Café, grifa, guarumo, juanita, lechuga, maciza, mois, mora, morita, mostaza, mota, motor, orégano, pasto, queso, risueña, tatacha, verde, verdolaga sagrada, yerba, yerbabuena, yesca, zacatito: son algunos de los tantos nombres con que la hemos llamado cariñosa e íntimamente.

Aunque tiene la peor reputación y se le considera como la planta del preso, del albañil,  de la puta y el soldado, Doña Juanita ha resistido los embates de las buenas conciencias, y los discursos oficiales y las diatribas religiosas para distinguirse como la chispa del intelectual y del artista. Bien sea entre el pueblo más humilde o entre los pensadores, pero Mary Jean sigue conservando y ganando adeptos.
Desde 1920, cuando empiezan las campañas prohibicionistas en México, y hasta la fecha, la mota ha venido ganando batallas aun en contra de los medios de comunicación y sus estrellas, que en seguimiento de las campañas gringas, públicamente se manifiestan por su erradicación, mientras que celebran en privado su consumo, junto con el de otros paraísos artificiales.
La condena pública a la planta también ha alcanzado a sus consumidores. En la imagen del “marihuano”, creada por la prensa, la literatura y el cine, se han conjuntado la perversión y la decadencia. Ya en 1895, Heriberto Frías describe en una de sus crónicas de El Demócrata, a uno de los ladrones más abyectos que habitaba la cárcel de Belén:
“Tal es El Nahual, ser que repugna a todos los delincuentes. Los más viles lo tratan con el mismo desprecio con que un gendarme trataría un granuja.
Sucio, harapiento, husmeando como un perro flaco, aniquilado el cuerpo por la marihuana y otros vicios, es sin embargo utilísimo en la calle a las prostitutas descalzas que beben chínguere en los tendajos de La Merced.”
El cine también ha contribuido al vituperio al consumidor. En los años treinta del siglo pasado, José Bohr, el famoso “Che”, filmó y dirigió en México Mariguana, monstruo verde (1936), que abre con varias disolvencias de gangsters “dándose las tres”, y un corte a una clínica donde una ex bailarina de cabaret, La Golondrina, grita y se revuelve en cama por la abstinencia de la mostaza. De ahí al villano Don Pilar, de Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1949), que en un alucín de la verde mata a golpes a la mamacita paralítica de Pepe El Toro. No podrían haberse conformado peores estereotipos para el macizo.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. En México ha habido marihuanos de toda laya. Desde personas del origen más humilde hasta verdaderas celebridades. Personajes de distintas clases sociales, edades y ocupaciones que solamente convergen en una actividad común: atizarle con auténtico gusto.
Ya en el segundo capítulo de este libro se menciona una tipología general del consumidor. Sin embargo haría falta inventar otra que dé cuenta de distintas categorías de marihuanos de acuerdo con los efectos de la sustancia.
La Risueña
Los que fuman de la risueña o vaciladora son individuos joviales, ingeniosos y agudos, cuya divisa podría parangonarse a la del gran César Vallejo: “Absurdo, sólo tú eres puro”. Son los que saben, como el viejo Buda, que la iluminación se manifiesta a través de la risa.
         Por su estilo de chupabachas al fumar, bien podría señalarse a Cantinflas como sujeto de esta categoría. Sin embargo no se ha documentado la afición a la moronga ni por el personaje de marras ni por su intérprete Mario Moreno. En cambio sí puede mencionarse a Adalberto Martínez Resortes como macizo mañanero, como bien lo confirman los testimonios de varios asistentes de producción y lo caracteriza la inconfundible voz rasposa de este cómico.
         Otro de los consumidores de la risueña fue sin duda El Gran Pacheco Tin Tan, que a decir de su hija Rosalía, adquirió ese hábito inducido por sus amigos los Tex Mex, el grupo musical que lo acompañaba en el teatro Follies. Germán Valdés solía comentar en privado que llevaba treinta años fumándola y no se le había “hecho vicio”. En sus películas hay constantes alusiones jocosas hacia la mota.
         En la biografía de Germán Valdés Aquí está su pachucote… ¡Nooo!, Rafael Aviña comenta respecto de la costumbre de este reconocido actor:
“Una de sus pequeñas aficiones consistía en fumar de vez en cuando un pequeño carrujo de marihuana en medio de los rodajes, lo cual aceleraba quizá su imaginación vivaz y desenfrenada, pues solía improvisar y ejecutar escenas de gran aliento cómico y de acción. Evidentemente, Germán Valdés estaba muy lejos de ser adicto: era un hombre que vivía la vida con pasión, como otras personalidades de la talla de Humphrey Bogart o Charlie Chaplin. Alguna vez se le preguntó si fumaba  mota, a lo que contestó ̔Bosques, mi hermano, bosques̕. En otra ocasión, a bordo de su Tintavento (un pequeño yate que tenía en Acapulco) colocó un enorme comal donde quemó marihuana; los que participaron de esa fiesta colectiva de amapola dicen que el barco parecía flotar encima de las aguas de Acapulco.”

         También reconocidos consumidores de esta categoría serían otros dos hermanos actores de Tin Tan: Manuel El Loco Valdés y Don Ramón Valdés.
La Inspiradora
Los que fuman de la inspiradora son seres en los que predomina, como decía el gran Rubén Darío, la visión sentimental del mundo. De una sensibilidad a flor de piel, la yerba enciende su imaginación creativa. Músicos, poetas, o poseedores de esta doble condición como el maestro Agustín Lara.
         En la Gaceta Cannábica de mayo de 2011, cuenta Pável Granados, biógrafo de Lara, que mientras el músico se encontraba en Hollywood componiendo las canciones para el filme Tropic Holiday (Theodore Reed, 1938), fue a buscarlo urgentemente Tito Guízar, uno de los protagonistas de la misma película.
“–Agustín, los productores de la cinta están preocupadísimos porque ninguna de tus canciones les ha gustado. Me piden que te pregunte por qué en México sí puedes escribir canciones de calidad y aquí no...
Lara le respondió:
–Eso se debe a que aquí no he podido conseguir marihuana y por eso no he podido inspirarme. Ayúdame a conseguir y te aseguro que voy a poder componer las canciones que quieren.”
Como no pudieron conseguirle de la verde, que en ese entonces era menos asequible en el gabacho, Lara tuvo que entregar algunos temas antiguos que no tuvieron tanto impacto. ¿Qué proyección internacional hubiera alcanzado El Flaco de Oro de haber encontrado lo que necesitaba?
Se podría hacer una larga lista con nombres de pintores, poetas, actores y cantantes que han encontrado en la grifa su fuente y motor de inspiración, y que con el valor de sus obras contradicen la nefasta imagen del marihuano que permanece en el imaginario de las clases más conservadoras de la sociedad mexicana. De Efraín Huerta a García Márquez, y de Rita Macedo a Alberto Vázquez, muchos artistas han encontrado estímulo y recompensa en el gozo singular que proporciona el toque consuetudinario.
La Relajante
Consumen de la relajante aquellos individuos que necesitan disminuir la velocidad del mundo. Quienes encuentran en el guarumo una puerta hacia la armonía interior. Los que buscan encontrar su centro, sin importar su edad o su nivel social. La relajante es el aleph de los solitarios, el bálsamo de los enfermos del alma.
Como infalible consuelo de los aburridos, a la juanita se le encuentra lo mismo en Tepito que en las Lomas, en una choza de la sierra de Guerrero que en un salón de Los Pinos. Tal como lo contó Manuel Ávila Camacho, sobrino del presidente del mismo nombre, quien en 1969, después de un concierto, llevó a Jim Morrison a la casa presidencial a una fiesta que organizó Alfredo Díaz Ordaz, hijo del mandatario en turno. Se dice que ahí corrieron toda clase de psicoactivos entre la juventud dorada de México, hasta que disgustado por el volumen del rock, salió en bata el mismo presidente Gustavo Díaz Ordaz para correr a todos esos jipis marihuanos. Este escándalo lo recrea Fernando Rivera Calderón en su texto “La noche que Jim Morrison conoció a Díaz Ordaz”.
También Fabrizio Mejía Madrid, en su biografía novelada de Díaz Ordaz, Disparos en la oscuridad, narra otra aproximación del ex presidente a la mariguana:
“El humo le llegaba a veces hasta la terraza. Lo sabía porque olía a lo que su hijo Alfredo se prendía en Los Pinos, rodeado de guaruras. Y empezó a pensar, otra vez, en el cáncer. Decían que la mariguana ayudaba a los dolores, a las náuseas de la quimioterapia, al cansancio de las radiaciones. Se rió. Él que había mandado detener la marcha de los hippies en el Parque Hundido en 1967; él, que había militarizado Huautla, Ayautla y Tenango porque hasta ahí llegaban las caravanas de chavos a meterse hongos alucinógenos de la mano de una bruja que se llamaba como su madre, María Sabina; él, que mandó al Estado Mayor Presidencial a desalojar a su propio hijo, Alfredo –al que le decía “El Alfredazo”- y a Jim Morrison porque se habían metido ácidos en la casa de Los Pinos. Nada más eso faltaba: ahora compraría mariguana para los achaques.”

Otro ex presidente que tuvo experiencias con la yerbabuena, fue Luis Echeverría. Cuenta Fernando Vallejo en El mensajero, la biografía novelada de Porfirio Barba Jacob, que este poeta homosexual y mariguano, a quien llama el “Pontífice Máximo de la inefable yerba”, acostumbraba iniciar a los muchachos en tan singular hábito. A comienzos de los cuarenta, recibía en el cuarto del Hotel Sevilla donde vivía, a jóvenes admiradores de sus poemas o de sus columnas periodísticas.
“Una tercera visita le hizo David Guerra al poeta: con Anuar Mehry, otro amigo de Shafick y de familia libanesa, y con Fedro Palavicini. Barba Jacob les dio a fumar marihuana, que ninguno de los tres la conocía, y Anuar empezó a saltar enloquecido por sobre los muebles. En ese mismo Hotel Sevilla también le dio a fumar marihuana a Luis Echeverría, jovencito infatuado y futuro hombre público, según me contó Fedro Guillén y como ya dije, y a los jóvenes de la revista Barandal, según me contó Emilio González Tavera: a Roberto Guzmán Araujo, Efrén Hernández, Rafael Vega Córdova, y un poetilla envidioso de nombre insulso, Octavio Paz.”
Mucho habría cambiado en el país si Díaz Ordaz en vez de acabar con aquella memorable desvelada hubiera compartido un churro con Jim Morrison, o si Luis Echeverría hubiera conservado un hábito que seguramente lo habría disuadido de dedicarse a cuestiones menos corrosivas que la política priísta.
La Pensativa
La pensativa instala en sus adoradores una antena abierta al cosmos, una línea directa con Minerva. Filósofos y científicos pachecos se encuentran dentro de este apartado especial.
José Revueltas, escritor realista, político militante y filósofo autodidacta pertenece a esta categoría. Autor de una novela magistral, El apando, en la que la droga funciona como leiv motiv, Revueltas presenta en sus textos una visión descarnada y sórdida de los personajes más lumpenizados en la que no falta el adicto. Sin embargo los recrea con una sensibilidad en la que la voluntad humana se rebela continuamente ante la maquinaria de un sistema que se empeña en anularla, en convertir a las personas en mera estadística. El propósito de la escritura de Revueltas, hasta de la más teórica,  no es hacer teoría sino recrear la vida.
Se cuenta de este autor, que durante su última estancia en la cárcel, algunos visitantes le llevaban gelatinas de la verde, como un humilde tributo a este gran libre pensador. Unos años después, durante su estancia en el hospital, otros admiradores también le llevaron paletas de vodka. Transgresor hasta las últimas consecuencias, en pensamiento, palabra y obra, Revueltas quizás halló en la intimidad con la mota la oportunidad de un intercambio dialéctico con los demonios que lo habitaban.
El Mariguano
Dice Albert Szent-Györgi, en uno de los epígrafes de este libro: “Investigar es ver lo que todo el mundo ha visto, y pensar lo que nadie más ha pensado”. Eso es precisamente lo que propone Juan Pablo García Vallejo en esta mirada a la imagen del marihuano.
         Se puede recurrir al lugar común y mirarlo como monstruo o criminal, o también verlo como el consumidor risueño, vacilador, inspirado, relajado, pensativo, que se presenta en cada una de las diversas facetas que ofrece el encuentro personal con la cannabis.
En El marihuano en la narrativa mexicana del siglo XX, Juan Pablo García Vallejo elige buscarlo -con rigor y humor sociohistórico- entre los personajes de la literatura nacional. Pero no lo hace con ese afán canónico del académico todo entendido que pasa la realidad a través del tamiz de una teoría miope, sino desde la perspectiva que nace de un método más humano y libertario.

Si el encuentro entre la marihuana y el mexicano ha devenido en una pasión que adquiere innumerables formas, sólo un autor que ha sido consumidor, historiador, militante, investigador y analista de este fenómeno, es capaz de descubrirnos su verdadera historia, y el por qué, a pesar de todos los intentos del poder, la prohibición siempre será un fracaso .
  
*Prólogo del libro El marihuano en la literatura mexicana del siglo XX.

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