domingo, 23 de noviembre de 2014

La danza de los infiernos





La Fiesta del Infierno.

Gran Dao.

Star Pro. México, 2014.


Dice Vicente Huidobro en su “Arte Poética” que el verso es como una llave/ que abre mil puertas. Habría que añadir a su aserto que unas veces las abre con la suavidad de la llave maestra, y otras con la furia del contundente ariete; pero sin duda la fuerza y precisión del verso atraviesan todas las puertas, desde el ebúrneo portón y las columnas doradas del cielo hasta la herrumbrosa y rechinante verja del infierno.


Homero refiere el horror de “las mansiones tenebrosas del Hades”, en los hexámetros de la Odisea. Aunque en su canto undécimo no describe la “neblinosa y sombría” morada de los difuntos, también llamada Érebo, en cambio relata el encuentro entre el astuto Ulises y el alma del inmortal Aquiles. Ulises le dice a su venerado amigo que el dominio sobre ese imperio de oscuridad seguramente le hace olvidar el dolor por “la existencia perdida”. Aquiles le responde compungido que más vale ser un siervo en la miseria que reinar sobre todos los muertos.

En los versos de la Eneida, Virgilio narra que Eneas penetra al inframundo por un cráter que exhala fétidos vapores. En ese lugar tienen su guarida todos los males: “el Dolor y los vengadores Afanes; allí moran también las pálidas Enfermedades, y la triste Vejez, y el Miedo, y el Hambre, mala consejera, y la horrible Pobreza, figuras espantosas de ver, y la Muerte, y su hermano el Sueño, y el Trabajo, los malos Goces del alma”(1) y la mortífera Guerra.

En el Nuevo Testamento se consigna el descenso de Cristo, antes de su resurrección, a los infiernos. Entre sus textos se evocan los espacios reservados para los pecadores, con espantosas perífrasis: allí “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga", "en el horno cuyas tinieblas serán el llanto y el rechinar de dientes", en "el lago de fuego que arde con azufre", donde el Diablo, la Bestia y el falso profeta del APOCALIPSIS "serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos" (2).

Ya en el Renacimiento, Dante Aligheri, describe al infierno, en los admirables tercetos de la Divina Comedia, como un cono con la punta hacia abajo, un negro remolino de nueve círculos en los que se condena a los pecadores de acuerdo con la gravedad de sus faltas. Un verdadero catálogo de infames tormentos medievales que El Bosco y Gustavo Doré se encargaron de ilustrar. En esta galería lo mismo se encuentra a los enemigos del ciudadano Aligheri que a los maestros del divino Dante. Al fondo, en el último círculo, se halla un Lucifer de tres cabezas mordisqueando a Judas como si fuera el juguete de un bebé.

Con el paso del tiempo la poesía y también la prosa han descubierto infiernos cada vez más complejos y siniestros que, desafortunadamente, se parecen más a la realidad que a la fantasía. El desarrollo del capitalismo y la tecnología, han engendrado nuevos lugares de soledad y castigo en los que ni siquiera cabe el consuelo del arrepentimiento. Verdaderos retorcimientos que podrían ser atribuibles a la imaginación más desesperada, si no pudieran constatarse en las noticias diarias. Infiernos de muertos, secuestrados y desaparecidos de los que el propio Dante se hubiera horrorizado.


En contraparte los paraísos que retrata la literatura, o esa excrecencia llamada publicidad, se vuelven cada vez más imbéciles, tal vez por inalcanzables o por inverosímiles. Autos deportivos, banquetes y bikinis más hediondos que una narcofosa. Sin duda el dolor de la vida actual tiene un carácter mucho más serio que la estúpida dicha.


En este sentido, un poemario como La fiesta del Infierno, de Gran Dao abre la puerta a un infierno dulce y desmadroso. ¿Si el cielo ya no existe y el Paraíso es inalcanzable, qué puede esperar un pobre mortal? Simplemente exprimirle a la vida, como al forúnculo más enconado, todas las promesas incumplidas. Experimentar en una carrera salvaje y suicida todas las emociones que la política y la religión han cancelado. Brindar en el éxtasis de la necrofilia por una muerte justa y eterna.

Se podría decir que La fiesta del infierno proclama en su oxímoron un propósito dialéctico: la fiesta del castigo, el jolgorio del jodido, la orgía del condenado. Y podrían también mencionarse todas las afinidades que guarda con esa temporada infernal del gran Rimbaud. Su semejante estado de irritación, su escondido misticismo y su abierta rebeldía. Sin embargo, este Infierno de Gran Dao representa cabalmente esa necesidad de una locura que nos vuelva cada vez más humanos en un mundo cada vez más insoportable.


¡Salud por esa!

1.- Eneida. Virgilio. Ediciones elaleph.com. P.132.

2.- Diccionario de la Biblia. André-Marie Gerard. Milhojas Editores. Madrid,

1989. P. 584, Infierno.

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