jueves, 21 de abril de 2011

Las múltiples posibilidades de la masculinidad I

(Entrevista con Ricardo Pérez Monfort, para la serie Entre hombres sin vergüenzas de Radio Educación).

Doctor en Historia por la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias, Ricardo Pérez Monfort ha dedicado su vida a la investigación y la enseñanza. Sus estudios sobre las dinámicas políticas y culturales de México han abarcado diversas épocas y lugares, desde la cultura popular del siglo XIX hasta el comienzo del discurso en contra de las drogas en los años cuarenta.

La mirada de Pérez Monfort también se enfoca sobre la historia de la fotografía y el cine, de los cuales es un auténtico experto. En sus más de veinte libros publicados ha venido delineando el mapa de la cultura y la política mexicana de los dos últimos siglos.

Ha ganado consecutivamente los premios a la mejor tesis de Maestría y Doctorado de la UNAM, en 1989 y 1992 respectivamente, así como el premio García Cubas para el mejor libro de divulgación histórica del INAH. Ha colaborado en las más prestigiosas revistas de su especialidad y ha impartido conferencias sobre temas mexicanos lo mismo en universidades de Estados Unidos que de Alemania.

Su imagen de mezclilla y huaraches dista mucho de ser la del académico y erudito que señalan sus títulos. Con barba larga y enmarañada se asemeja más a un viejo patriarca que a un académico.

Jorge Borja: ¿Cómo ha venido cambiando en México la idea de la masculinidad desde la Revolución hasta nuestros días?

Ricardo Pérez Monfort: Yo no he visto mucho cambio, me atrevería a decir que sí hay un inicio de cambio de conciencia sobre la masculinidad, digamos a partir de los años setenta quizá pero desde principio de siglo sí hay una transformación por el mismo proceso revolucionario pero si nos vamos, por ejemplo al siglo XIX, los roles sociales de hombres y mujeres están claramente definido y se traslapan poco. En la Revolución inicia un proceso que es importante, sobre todo a partir de los momentos más violentos en que las mujeres deben asumir un papel mucho más activo en procesos de producción en gran medida por la falta de hombres, porque los hombres se van a la guerra o los llevan, ni siquiera es que se van voluntariamente, que en algunas áreas es realmente un proceso muy complicado, muy devastador y en ese sentido la propia Revolución apunta muy claramente que el hombre es como el ente activo de la propia guerra pero también hay un planteamiento muy importante que viene de la propia organización de los ejércitos, de las fuerzas armadas y es la presencia de las mujeres como las que sostienen lo que llaman “el rancho” que es la comida, la reproducción, etc. Y luego viene un proceso de pacificación y viene una especie de repliegue del espacio femenino y una afirmación muy particular de los hombres. Los hombres son los que utilizan el poder, son los que hacen ejercicio de poder, es hasta mucho tiempo después, me atrevería a decir que hasta los cincuenta hay ciertos intentos de participación de las mujeres, desde luego es hasta 1958 que las mujeres participan en los comicios.

Me atrevería a decir que hay dos momentos de la masculinidad que están alternándose en la primera parte del siglo XX en México. Uno es la masculinidad militar agresiva, la que responde a esta afirmación un tanto maderista de querer controlar; el poder en forma violenta, agresiva es lo que llaman detentar el poder, esto se da sobre todo en los sujetos históricos, políticos. Luego viene el modelo civil, también detenta el poder de manera agresiva y a veces hasta fraudulenta, que aparece en la segunda mitad de los años cuarenta, precisamente con el propio ingreso de los civiles al poder en la presidencia de Miguel Alemán que además es un estereotipo: “el hijo de la Revolución”, “el cachorro de la Revolución” y que ya no tiene educación militar, ya no se formó en la guerra sino en las aulas universitarias, fundamentalmente en el área de derecho.

En ese sentido me parece bastante interesante ya que estos hombres de negocios, abogados, empresarios asocian su capital económico con su propia masculinidad, si se es rico se es poderoso económica y políticamente, es una afirmación masculina también. Ya no es un proceso de las armas, es un proceso de la usurpación del poder vía económica. Luego, me atrevería a decir que con la emergencia de los sectores medios, en los años sesenta, ya la presencia de los profesionistas es mucho más amplia. La propia universidad ya no da sólo abogados y médicos, también ingenieros, biólogos, físicos, matemáticos, historiadores, geógrafos, pedagogos, psicólogos, etcétera con ese abanico de profesiones los sectores medios empiezan a ubicarse en muchas partes de la sociedad. Y hay un factor importantísimo que es que los jóvenes empiezan a ocupar un espacio político, cuando digo los jóvenes es interesante porque a finales del siglo XIX, principios del XX, se era niño o adulto no existía esa noción de adolescente y mucho menos de joven; esto tiene que ver con la Primera y Segunda Guerra Mundial, y con los procesos políticos internacionales en donde los jóvenes, por una parte ya se resisten a ir a la guerra y eso genera una conciencia de sector pero también requiere de una presencia política, es decir, los jóvenes requieren de un espacio para poder tomar sus propias decisiones no solamente en las escuelas, sino concretamente en la vida social.

Y en el caso de México con movimientos como el de los médicos en 1965 o el del 68, los jóvenes adquieren una presencia social muy importante y lo masculinidad empieza a tener otra dinámica, otra dimensión desde mi punto de vista. Si vinimos de la Revolución con la masculinidad militar y luego viene la masculinidad civil empresarial, hay una masculinidad juvenil que ya empieza a valorar factores sexuales concretamente. La actividad sexual ya no solamente es para dominar o reproducirse como en las décadas anteriores, sino precisamente con la aparición de la píldora y con los medios de control natal, la masculinidad ya no se acepta como principio de dominio económico, político o militar, la masculinidad adquiere también una connotación del placer. Esa recuperación del placer ya nos toca mucho más a nosotros, a quienes fuimos más o menos jóvenes en los años sesenta y en los setentas en donde mucha de la protesta social estaba ligada de fenómeno sexual. Nosotros no solamente protestábamos en contra del PRI, el imperialismo yanqui, también protestábamos en contra de la dominación de unos códigos morales muy estrechos. A mí me tocó la fortuna de vivir en un medio laico, en una casa de científicos con pocos prejuicios sexuales, pero también me tocó vivir muy de cerca a esta clase media pacata, muy cristiana, mojigata, con muchos prejuicios sociales y sexuales concretamente. Estaba este abanico, del que hablaba en la clase media, plantea la posibilidad realmente de ingresar a muchos espacios sociales pero tiene la contradicción de una educación muy restrictiva en términos sexuales. Se da una doble dimensión, por una parte se da una libertad sexual, una capacidad para poder manifestar feminidad como masculinidad desde una perspectiva sexual pero también algo que sucede es que hay que romper con estos moldes que son muy duros.

Los prejuicios sociales están íntimamente ligados, por ejemplo, nosotros en áreas como la antropología o la historia tenemos que lidiar con la otredad, con el otro ser humano y en cuestiones antropológicas. Alguna vez me tocó vivir en San Andrés Cohamiata, entre los huicholes, y para sorpresa de muchos de nosotros la sexualidad entre grupos indígenas es vista con una libertad mucho mayor a la que tiene la clase media ascendente de los años sesenta y setenta, entonces ese fue un encuentro muy interesante en donde la masculinidad del otro, de la otredad de los grupos étnicos, no solamente la masculinidad de nosotros mismos se empieza a manifestar de muy distintas maneras y eso hace también una generación de conciencia sobre las múltiples posibilidades que tiene la propia masculinidad.

Afortunadamente por ser jóvenes en esos años es que tuvimos acceso a un espectro mucho más amplio de lo que puede ser la propia masculinidad y pudimos ejercerla de manera más amplia, precisamente por eso, por el ejercicio sexual que no implica nada más la imposición, sino también el placer sexual, el gusto; esto, creo que sí marca una diferencia importante del México de la primera y segunda mitad del siglo XX.

JB: Comentabas que había una sexualidad más abierta en las comunidades indígenas que en las clases medias de aquella época, ¿quisieras abundar al respecto?

RPM: Por ejemplo, entre los huicholes está aceptada la poligamia, la primera esposa, en determinado momento le consigue una segunda, y a veces una tercera esposa al “macho”, y esto es visto con buenos ojos, no es un problema realmente. Eso es por una parte, y luego la otra, es que hablan muy libre del asunto, se puede hablar sin ningún resquemor sobre sexualidad, reproducción y afirmación de sexualidad. Lo que es cierto es que no se acepta mucho la homosexualidad, hay cierto tipo de prejuicio en este sentido, pero sí me da la impresión, por lo menos en este grupo étnico, que sí es bastante libre en términos sexuales. Los padres son particularmente responsables, existe este asunto de los hijos que forman parte de todo el grupo, los jóvenes participan con mucha intensidad en las fiestas, en los cargos, en los viajes que hacen, etcétera; en este sentido hay una afirmación masculina, los que detentan el poder: los maestros, los sacerdotes son por lo general hombres pero también se reconoce la sabiduría femenina.

El Charro vestido de rosa

JB: En este modelo hablaste del poder en relación al ejercicio de la actividad del dinero, ¿de dónde vendrá esta tradición, de la raíz española o también de los indígenas?

RPM: Creo que es una combinación, es muy difícil, para mí por lo menos, intentar una definición de masculinidad en términos prehispánicos, cómo era su masculinidad implica imponerles un fenómeno muy occidental, que es la propia discusión entre masculino y femenino, y la división tan radical que implica, por eso no me atrevería a hacer una aseveración. Además tampoco soy especialista, no los conozco del todo. Conozco más a los mayas que a los nahuas, y en los mayas, por supuesto, hay un principio de poder masculino pero también hay un reconocimiento de las mujeres, pero no me arriesgaría a hacer una aseveración. Sin embargo en Occidente sí la hay, desde luego en España, sobre todo en el momento de la expansión europea hacia América, sí es notablemente un acto de poder masculino. Los conquistadores llegan a conquistar, violan, violentan, afirman su presencia y luego mandan traer a sus mujeres. Es una afirmación muy masculina el propio proceso de la conquista. Por eso, mucha de nuestra cultura proviene de ese factor occidental, y algo importante que es la mezcla inmediata y seguramente quedan elementos de concepciones prehispánicas indígenas que incorporamos pero ya en el propio mestizaje hay muchos elementos. Puedo hablar por los menos de dos elementos muy afirmativos en términos de masculinidad; uno es el español occidental y el otro es el africano que incluso tiene toda una imagen del poder sexual de los hombres negros. Entonces el negro, que es importante en varias áreas del país en donde hubo migraciones de negros muy importantes, pienso en Veracruz, Guerrero, Morelos, Puebla, en la propia ciudad de México, incluso en Jalisco, en donde se afirma este asunto del macho mexicano hay una presencia negra importante. El jarocho es muy afirmativo masculinamente hablando, no se diga el guerrerense y el estereotipo nacional que es el charro, y que viene precisamente de Occidente. Aunque esto no es muy conocido es verdad que había una enorme cantidad de negros capaces de manejar a los caballos y los ranchos tanto en Occidente como en la zona veracruzana y poblana. Entonces el charro, el macho bragado, el afirmativo que ya forma parte de la cultura mexicana de finales del siglo XIX, y durante toda la mitad del XX, es el estereotipo de masculinidad por excelencia.

Tiene una afirmación masculina indudable de dominio, no de placer. El charro domina y de hecho es el charro y la china poblana bailando el jarabe tapatío el cuadro estereotípico de México, lo que representa es un hombre enamorando a una mujer, una mujer coqueteando con un hombre, pero ¿cómo termina? Termina ella bordeando el sombrero, ¿y él qué hace después? Le pasa un pie por encima y eso tiene varias explicaciones: una, desde luego, el dominio, pero hay otra que a mí siempre me gustó mucho porque la encontré en uno de los últimos documentos de la Inquisición que más o menos describían el baile del jarabe y es que los grupos independentistas, para burlarse de la iglesia y de la autoridad, en vez de santificar, de hacer la cruz, se burlan de eso pasando un pie por encima. Es una irreverencia que también es una afirmación de poder. Hay una afirmación constante del macho. ¿Cómo se afirma el macho? Sometiendo a la mujer, a los demás, pero también burlándose de la homosexualidad: el charro vestido de rosa, por ejemplo, el charro Juan Gabriel que es posible hasta la segunda mitad del siglo XX en México, no es posible antes. Esa es también una afirmación de la masculinidad ya que es el charro burlándose del afeminado, y en ese sentido me atrevería a decir que este factor de representación nacional que hacen el charro y la china poblana, por llamarlo de una forma, es una afirmación machista cien por ciento.

El machismo como ejercicio de poder

JB: ¿Podríamos decir que en algunos núcleos o grupos sociales en México todavía funciona bien este modelo del macho?

RPM: Creo que sí, desafortunadamente el modelo occidental fomentado por la iglesia católica (eso no hay que olvidarlo, noventa y tantos por ciento de la población mexicana sigue siendo católica) y lo que fomenta el cristianismo es precisamente eso: las mujeres de un lado y los hombres de otro, el otro dominado a la mujer y la mujer haciendo sus quehaceres en la casa, creo que ese es un fenómeno que sigue funcionando y ahora peor que nunca porque después de un gobierno panista que ha demostrado clarísimamente que hay una regresión en términos de moral, me da la impresión que la figura de Fox es de un charro, de un charro dominando a un país rebelde, a la salvajada, y Martita es igual, Martita lo manipula pero él se monta en su macho y lleva al país a un desastre moral diciendo que van a ver un cambio, que las cosas van ser mejor etc., etc. Me da la impresión que con el panismo contemporáneo esto se está repitiendo este dominio a la mala, no es un dominio que convenza, es un dominio que se impone con trampas, muy parecido a como se imponía el civilismo y las tranzas de los militares de la Revolución y la posrevolución, pero estos que supuestamente son los hombres con una moral prístina y con una educación, con visión de futuro, resultaron ser igual de corruptos o peores, e igual de dominadores o peores desde esta perspectiva machista, católica, con un doble discurso moral que no tiene nombre. Por una parte hablan de la honestidad y son más corruptos en el fondo. Hacen juegos verbales sobre dominio, sobre supuesta nacionalidad y son de una intolerancia supina. Qué intolerancia más grande existe que el no respetar las diferencias entre un ser humano y otro, éstos tienen modelos humanos absolutos, el panismo, no desde su origen pero casi, tiene un modelo absoluto “yo estoy bien y tú estás mal” punto.

Esto también plantea una imposición de un factor muy occidental del macho donde el principio del dominio se basa en la fuerza, no en la razón, no en el convencimiento. Me parece que en los últimos años los que están en el poder son de una intolerancia gigantesca y esto los reafirma como machos, asumimos que el machismo y la masculinidad están ligados a un ejercicio violento del poder.



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