domingo, 2 de mayo de 2021

Una sombra en el olvido*

 


Cuando en el sexto día del Génesis, Dios creó al hombre (Adam que en hebreo significa “hombre o humanidad”) a su imagen y semejanza, nunca se imaginó el problema que este concepto iba a generar en todas las disciplinas y ramas del conocimiento. Para la filosofía moderna el hombre, la totalidad concreta de un cuerpo animado y de un alma inteligente, constituye la idea central; para el arte, un enigma irresoluble.

Queriendo desentrañar ese misterio, Leonardo Da Vinci en su “Hombre Vitruvio” buscó representar anatómicamente el modelo de esta singular evanescencia. La literatura universal siempre se ha hecho la misma pregunta: ¿qué significa ser hombre? Desde los griegos hasta Kafka, pasando por Conrad, la han ampliado: ¿cuál es el lugar del hombre en el cosmos?, ¿en la guerra?, ¿en un mundo cada vez más ajeno?, ¿cómo toma un hombre las decisiones más importantes de la vida? 

Los poetas han dicho que ser hombre es un oficio, un viacrucis, un milagro o una carga imposible de sobrellevar. Ya López Velarde se curaba en salud al declarar en sus versos “Yo soy un hombre débil, un espontáneo/ que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.” Y Neruda terminó por abjurar de este compromiso, repitiendo con infinito hastío “Sucede que me canso de ser hombre”.

En un tiempo de crisis y de indefiniciones, obligada por la violencia y cercada por el feminismo, la misma pregunta “¿qué significa ser hombre, o mujer o finalmente ser humano?”, sigue gravitando en la conciencia de los artistas. Hoy como nunca, la poesía se encarga de escudriñar con ojos de incertidumbre y desilusión, en las penumbras de este tema universal. 

En su poemario Una sombra en el olvido, Henry D. Luque intenta diversas respuestas a través de distintos recursos. Puede ser como una declaración de principios:

“Soy un hombre hecho de fragmentos
sollozando en la oscuridad,
y cuando nadie puede verme
mis huesos y carne transmigran
a ser una sombra en el olvido
sin ser la ofuscación en el sueño de alguien.”

“Una sombra en el olvido”

O también enumerando las condiciones que niegan el significado profundo de llamarse hombre:

“Si no me recuerdo con el llanto ahogado
y la angustia quebrándome el alma y huesos,
si no recuerdo nada de eso, por favor,
no me llamen hombre.”

“No me llamen hombre”

Una sombra en el olvido no es un canto a la especie humana sino un lamento por la traición de sus anhelos, por sus alas quebradas y sus recurrentes caídas. En estos versos oscuros y filosos como cuchillo de obsidiana, Henry D. Luque refleja ese manojo de nervios endurecidos y promesas rotas que llamamos hombre, desde sus deseos más dolorosos, su indefensión más orgullosa, pero también desde los sentimientos que lo redimen. 


“Mi voz es de silencio a media noche
cuando estoy a su lado
y, amén de esto, me quedo ahí
por la forma en que me hace sentir miserable,
a fin de cuentas, siento algo y creo
que no toda mi humanidad está perdida.”

“Ojos vacíos”

Las experiencias de la vida, dulces y amargas, son el alimento terrestre de este poemario, que el autor regurgita con singular destreza en cada verso.

“Toma tu vida y lárgate
y deja el amor que no quisiste en cualquier lugar,
no me importa que se lo traguen las hormigas
o que se llene de moscas en la mesa,
ya vendrá alguien a recogerlo del basurero
o, sencillamente, prefiero que se pudra.

Deja esa mierda ahí,
eso, no te lo llevas”

“No te lo llevas”

Tal vez el hombre no sea una promesa ni un quebranto, ni el ángel ni el demonio que muchos pensadores han planteado, sino solamente, como lo dice la poesía y aquí lo confirma Henry D. Luque: un puño de palabras que resuenan en la noche más oscura. 
 
Ciudad de México,
Pandemia de 2020.
Jorge Arturo Borja.

 
*Prólogo del poemario Una sombra en el olvido.
Henry D. Luque.
Taller de Creación Literaria.
México, 2020.

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