lunes, 31 de diciembre de 2018

La materia más humana*

El cuento, como todo género vivo, es proteico y escurridizo. Asume tantas formas como las necesidades de sus autores por encontrar su propia expresión y adaptarse a una época. Surgido de alguna cueva prehistórica, cuando los abuelos lo repetían frente al fuego y aclimatado en el oriente de Las mil y una noches, demostró su carácter dual como un aparente entretenimiento en el que se descubre la falible condición humana, para llegar a convertirse en ejercicio didáctico de cultos iniciáticos. Ya en plena modernidad, con el desarrollo de la tecnología, adquiere el carácter frenético del momento y la tensión que lo caracteriza, para ser el artificio narrativo de más exquisito acabado en las preciosas miniaturas de la mini y microficción.


Con el paso de los años y a pesar de la preferencia mercadológica por la novela o los libros de superación, el cuento sigue siendo la piedra de toque para el lector que busca en su unidad de impresión y sus desenlaces sorpresivos el encuentro con las verdades desnudas de la existencia. En su devenir narrativo se van desmontando las convenciones y mentiras de la cotidianidad para exhibir de manera flagrante las intenciones materialistas o los resortes emotivos de sus personajes, que en el breve recorrido de cada historia acaban reducidos a sus impulsos primigenios. En su escritura entran en juego muchos de los elementos de la narrativa de mayor aliento, como la construcción de la atmósfera, el arco dramático de los protagonistas, el desarrollo lógico y el desenlace contundente, pero todos ellos entramados en un espacio mucho más reducido. Por esa habilidad para lograr esta urdimbre es que los escritores ensayan sus armas novelísticas en este género.
 

Sin embargo los cuentistas son personas aparte. Si bien es cierto que los grandes autores intentan distintos géneros, los cuentistas dominan uno de los más complejos. Tal vez por ello, quienes se atreven en el ejercicio del cuento son personas que poseen una mirada especial sobre el mundo y que, de alguna manera, pueden considerarse excéntricos o incluso inadaptados, por decir lo menos.


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El padre del cuento moderno, Edgar Allan Poe, fue un alcohólico que agonizó entre ataques de delirium tremens; el mayor exponente en Latinoamérica a principios del Siglo XX, Horacio Quiroga, prefirió vivir en la selva que cerca de sus compañeros de oficio, y acabó suicidándose; el cuentista argentino más reconocido en el mundo, Jorge Luis Borges, fue un invidente que aborrecía “la cópula y los espejos”, como uno de sus personajes más memorables. De estos ejemplos se desprende que el cuentista además de tener un sentido de observación muy agudo y en ocasiones muy perverso, también es un profesional de las letras singularmente dotado de la técnica y los recursos que requiere un arte tan conciso y certero.

De reciente ingreso en este cuerpo de arqueros que apuntan al sol, se encuentra Gonzalo Trinidad Valtierra, quien no es invidente, ni suicida ni alcohólico, pero que también aspira a dominar el género breve. En su primer libro Dios prefiere a los bastardos, hace gala de sus recursos narrativos. Escenarios de la costa y la ciudad, personajes en camino hacia el abismo o habitantes del infierno de las emociones: el asesino a punto de dar el golpe, los blancos ambiciosos y racistas, el proxeneta en busca de su mercancía. En sus historias conviven la violencia y la ternura, se exhiben la paradoja y la locura como resultado de las contradicciones, tal como ocurre en la vida misma. 


Es de celebrar que aún existan autores que lejos de estructuras metanarrativas y laberintos posmodernos, se ocupen de los intersticios en los que supura nuestra materia más humana. En este intrincado artificio que es el cuento, hecho de mentiras y de sueños, Gonzalo Trinidad alcanza las verdades literarias que dan sentido a nuestros desatinos. En Dios prefiere a los bastardos, el autor escudriña a sus personajes con la mirada de la divinidad, con pasión y compasión, y los mira como a las creaturas que nunca van a poder cristalizar la gran promesa que alguna vez representaron.

Jorge Arturo Borja. Ciudad de México, octubre de 2018. 





*Prólogo de Dios prefiere a los bastardos, cuentos de Gonzalo Trinidad Valtierra, Vodevil Ediciones, México, 2018.

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