domingo, 31 de diciembre de 2017

El reencuentro en el arte*



José Luis Pescador
Postales Mexicanas.

La Historia con mayúscula, es el mito en que todo Estado funda su legitimidad. Un registro de sus orígenes, de sus luchas y de la vocación del pueblo o pueblos que lo conforman. Una leyenda áurea que aparece en los libros oficiales con el fin de dar coherencia, identidad y cohesión a las naciones.

Sin embargo, la historia se construye de muchas pequeñas historias, de los mitos —no mentiras sino metáforas— con que distintos grupos sociales conciben su lugar en el mundo y sueñan con su permanencia a través de los tiempos.

Pongamos por ejemplo, el mito de la fundación de la Gran Tenochtitlan: los mexicas encuentran en un islote un águila sobre un nopal devorando una serpiente como señal inequívoca de que ahí deben fundar la gran ciudad del pueblo elegido.

No se menciona en esta narración ese islote pedregoso y lleno de alimañas que el último grupo nahua tuvo que ocupar por mandato de los que ya se habían establecido; ni tampoco se dice del azoro de los demás al descubrir no el valor ni la osadía de los tenochcas, sino su hambre proverbial, la que los llevó a devorar arañas, alacranes y serpientes para sobrevivir.

La historia, o en este caso el mito, lo pinta distinto. No solamente porque trate de embellecer una realidad llena de “crímenes, locuras y adversidades” —como dice Edward Gibbon—, sino porque el relato de la fundación le da sentido al imaginario de un pueblo que quiere encontrar su lugar en el mundo.

De alguna manera, la historia oficial, con todo y la acuciosidad de sus investigaciones y el valor de su soporte documental, también intenta hallarle sentido a esta sucesión de mitos que hacen de una organización un Estado, así como de un pueblo una patria y una nación. Ese caudal de la gran historia, sin duda se nutre de pequeños ríos subterráneos.

El problema comienza cuando el imaginario de las luchas sociales por la justicia, la libertad o la democracia que se presenta en los libros oficiales, ya no coincide con la realidad de la nación ni con el sentimiento de la patria. Entonces se rompen los mitos y la historia se pone en entredicho. Entonces los ciudadanos desconfían de su pasado y más aun de su presente.

Es en este momento cuando se necesita del arte como única actividad capaz de alimentar el imaginario social y darle nuevo aliento a la historia, apartándola de ese discurso retórico que solamente sirve a la ambición de los políticos.

El arte surge como esa posibilidad de reencuentro con la idea de la nación que nos viene desde las corrientes subterráneas de la historia y que se ha engendrado en el sufrimiento de nuestros últimos horrores de muertos, desplazados y desaparecidos. La idea de “una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa” —tal como la concibe López Velarde—, se presenta como una alternativa a un país de oropel y fantasía que se desploma con su escenografía.

Pienso que con esa función y en ese orden se inscribe la obra de José Luis Pescador que hoy orgullosamente se exhibe en este lugar. Postales históricas que reformulan el mito de la patria. La historia íntima de los pueblos que deviene en estampa indeleble en la memoria. La miseria y la muerte, las marchas de la indignación y las comunidades en armas, el festín de la sangre.

De la Revolución a la guerrilla y al 68 trágico, José Luis Pescador encuentra en sus imágenes vivas, llenas de fuerza y de ternura, el valor de nuestros pueblos, que si bien no han sabido ganar tampoco, nunca, se han dado por vencidos. Espero que las disfruten, y que como yo, sientan en su colorido y en su sencillez el pulso de un país que corre como fuego por nuestras venas.

Muchas gracias.

*Palabras de presentación de la exposición de Postales Mexicanas de José Luis Pescador. Cuernavaca, Morelos, 19 de agosto de 2017.


No hay comentarios:

Publicar un comentario