viernes, 4 de abril de 2014

Desde las puertas de La Sorpresa VI

Una calle con historias

El viernes 14 de agosto de 1896, en el entresuelo de la droguería Plateros, situada en el número 9, se hace la primera exhibición pública del Cinematógrafo Lumière. Los reporteros, los científicos y uno que otro colado ven pasar ante sus ojos las famosas “vistas” que los camarógrafos de la Lumière tomaron en París, como la Llegada de un tren o La comida de un niño, pero sin duda causan mayor impresión las que se habían filmado en la ciudad de México. Así las Escenas en los baños Pane y la Escena en el Canal de la Viga son las primeras en la historia del cine en que aparece retratado el pueblo mexicano. Aunque para unos causan admiración, otros solamente ven en estas luces y sombras en movimiento parte de la rutina de la capital con demasiados “encamisados y tantos sucios”. Ya la próxima revolución se encargará de aportar el tono épico a los inicios del Séptimo Arte.

Una tarde de febrero de 1913 una turba de fanáticos que grita “¡Viva la Ciudadela! ¡Viva Félix Díaz!” marchan desafiantes en medio de la calle. Un señor alto, de levita oscura y bombín, que acaba de salir del Cine Palacio, intenta hacerse hacia la acera. Sin poder evitarlo se ve rodeado de los escandalosos que lo empujan a su paso. El hombre se detiene el sombrero para que no se lo arrebaten. Pasan los gritones como un vendaval con rumbo al Zócalo, y el hombre repentinamente preocupado se mete la mano al bolsillo del chaleco. No encuentra su reloj. El abogado Ramón López Velarde camina aprisa hacia su despacho, en el número 1 de Madero, a dejar registro escrito, uno más para la revista Pegaso, de los motivos de su antimilitarismo.

La noche del 23 de abril de 1913, los hacendados morelenses ofrecen un banquete en el Jockey Club a Victoriano Huerta. En el salón está la crema y nata de la sociedad mexicana, que ve en la figura del General-Presidente al militar que viene a poner orden y a salvarlos del peladaje. Entre las pláticas y las risas de empresarios y militares se impone una voz que dice “¡Viva el presidente Huerta, libertador de México!”  Y todos alzan su copa de champán para responder con un sonoro “¡viva!” En la mesa de honor, el general Huerta sonríe desdeñoso ante esa corte de lambiscones. En sus memorias apócrifas se ha de consignar que quedaron convencidos de que él “podría ayudarles en sus negocios mejor tal vez que el señor Madero, aunque en realidad aquel señor no les estorbó nunca en sus empresas.” Entusiasmados con su régimen, varios de estos “aristócratas”, convertidos en militares del Estado Mayor o en políticos de la Cámara de Diputados, tendrán que sufrir el mismo destierro que su jefe cuando, año y medio después, los constitucionalistas entren a la capital.


Un mediodía de diciembre del 14, el nene Fernando Benítez se echa a llorar espantado a los brazos de su nana cuando ve unos calzonudos carcajeándose delante de un espejo. Hombres y mujeres de sombrero y rebozo, se empujan para hacer extraños gestos y ridículas posturas frente a una enorme luna de espejo que está a media banqueta. Es el producto del saqueo de las casas y comercios de Plateros. Estos zapatistas se detienen fascinados a mirarse por primera vez de cuerpo entero ante un espejo.


En agosto de 1915, el general carrancista Pablo González instaura la Casa del Obrero Mundial en donde antes estuvo el Jockey Club. Por varios meses la Casa de los Azulejos es el escenario de las movilizaciones obreras y de los grupos de artesanos que conforman los batallones rojos en defensa de la Revolución. Entre ellos se encuentra el pintor jaliscience José Clemente Orozco, quien diez años después plasmará  en una pared de la misma casa, ya convertida en tienda y restaurante, el mural Omnisciencia.. De acuerdo con los entendidos, esta obra contiene varios símbolos del esoterismo masónico. ¿Proletarios y masones en el templo de los lagartijos? Sin duda los tiempos cambian.

Para festejar sus XV años, en abril de 1921 el cine Salón Rojo inaugura su pista de baile con un concurso. Este salón ocupa los tres pisos de la Casa Borda de Madero y Bolívar; tiene tres salas de proyección y otra con espejos deformantes. Su marquesina con iluminación y sus escaleras eléctricas hacen sentir a los capitalinos que lo visitan, como habitantes del ombligo del mundo. En su fuente de sodas se venden sándwiches, refrescos, vino y cerveza. Por 25 centavos se puede bailar desde el tradicional vals o el rítmico danzón, hasta el alocado charleston. Las pelonas, versión mexicana de laflappers, con sus peinados cortos y sus ademanes desparpajados causan el escándalo y la envidia de muchas señoritas de clase media que van del brazo de su galán. Amenizan la Danzonera México y la Jazz Band Torreblanca. Entre las parejas  que se contorsionan en la pista al ritmo de “La Calle 12”, se encuentra Gudelia Flores Magaña, una menor de edad y estudiante de secretaria, en compañía del joven Hugo Cervantes. Gudelia compite con el nombre de Celia Hoyo porque viene sin el permiso de sus papás y no quiere que la reconozcan. Para su mala fortuna gana en una de las categorías y obtiene el segundo lugar en otra. El jurado que la premia, Ricardo Beltri, le ve tantas aptitudes que decide recomendarla para el teatro de revista con el nombre artístico de Delia Magaña. En poco tiempo la “Magañita” triunfa en el Mexican Rataplán, un musical con muchos bailes y escasa ropa. Su estrella sube tan rápido que dicen las malas lenguas que varias noches la ven bajar del flamante auto del Secretario de Guerra y Marina del presidente Álvaro Obregón, el general Francisco R. Serrano. Sin embargo la vida da más vueltas que una rueda de la fortuna. En menos de cinco años Obregón manda matar a Serrano y Delia Magaña se va a Hollywood.

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