Una calle con historias
El
viernes 14 de agosto de 1896, en el entresuelo de la droguería Plateros,
situada en el número 9, se hace la primera exhibición pública del Cinematógrafo Lumière. Los reporteros, los
científicos y uno que otro colado ven pasar ante sus ojos las famosas “vistas”
que los camarógrafos de la Lumière
tomaron en París, como la Llegada de un
tren o La comida de un niño, pero
sin duda causan mayor impresión las que se habían filmado en la ciudad de México.
Así las Escenas en los baños Pane y
la Escena en el Canal de la Viga son
las primeras en la historia del cine en que aparece retratado el pueblo
mexicano. Aunque para unos causan admiración, otros solamente ven en estas
luces y sombras en movimiento parte de la rutina de la capital con demasiados
“encamisados y tantos sucios”. Ya la próxima revolución se encargará de aportar
el tono épico a los inicios del Séptimo Arte.
Una
tarde de febrero de 1913 una turba de fanáticos que grita “¡Viva la Ciudadela! ¡Viva
Félix Díaz!” marchan desafiantes en medio de la calle. Un señor alto, de levita
oscura y bombín, que acaba de salir del Cine Palacio, intenta hacerse hacia la
acera. Sin poder evitarlo se ve rodeado de los escandalosos que lo empujan a su
paso. El hombre se detiene el sombrero para que no se lo arrebaten. Pasan los
gritones como un vendaval con rumbo al Zócalo, y el hombre repentinamente
preocupado se mete la mano al bolsillo del chaleco. No encuentra su reloj. El
abogado Ramón López Velarde camina aprisa hacia su despacho, en el número 1 de Madero,
a dejar registro escrito, uno más para la revista Pegaso, de los motivos de su antimilitarismo.
La
noche del 23 de abril de 1913, los hacendados morelenses ofrecen un banquete en
el Jockey Club a Victoriano Huerta. En el salón está la crema y nata de la
sociedad mexicana, que ve en la figura del General-Presidente al militar que
viene a poner orden y a salvarlos del peladaje. Entre las pláticas y las risas
de empresarios y militares se impone una voz que dice “¡Viva el presidente
Huerta, libertador de México!” Y todos
alzan su copa de champán para responder con un sonoro “¡viva!” En la mesa de
honor, el general Huerta sonríe desdeñoso ante esa corte de lambiscones. En sus
memorias apócrifas se ha de consignar que quedaron convencidos de que él “podría
ayudarles en sus negocios mejor tal vez que el señor Madero, aunque en realidad
aquel señor no les estorbó nunca en sus empresas.” Entusiasmados con su
régimen, varios de estos “aristócratas”, convertidos en militares del Estado
Mayor o en políticos de la Cámara de Diputados, tendrán que sufrir el mismo
destierro que su jefe cuando, año y medio después, los constitucionalistas
entren a la capital.
Un
mediodía de diciembre del 14, el nene Fernando Benítez se echa a llorar
espantado a los brazos de su nana cuando ve unos calzonudos carcajeándose
delante de un espejo. Hombres y mujeres de sombrero y rebozo, se empujan para
hacer extraños gestos y ridículas posturas frente a una enorme luna de espejo
que está a media banqueta. Es el producto del saqueo de las casas y comercios
de Plateros. Estos zapatistas se detienen fascinados a mirarse por primera vez
de cuerpo entero ante un espejo.
En
agosto de 1915, el general carrancista Pablo González instaura la Casa del Obrero
Mundial en donde antes estuvo el Jockey Club. Por varios meses la Casa de los
Azulejos es el escenario de las movilizaciones obreras y de los grupos de
artesanos que conforman los batallones rojos en defensa de la Revolución. Entre
ellos se encuentra el pintor jaliscience José Clemente Orozco, quien diez años
después plasmará en una pared de la
misma casa, ya convertida en tienda y restaurante, el mural Omnisciencia.. De acuerdo con los entendidos, esta obra contiene varios símbolos del esoterismo masónico. ¿Proletarios y masones en el templo de los lagartijos? Sin duda los tiempos cambian.
Para
festejar sus XV años, en abril de 1921 el cine Salón Rojo inaugura su pista de
baile con un concurso. Este salón ocupa los tres pisos de la Casa Borda de
Madero y Bolívar; tiene tres salas de proyección y otra con espejos
deformantes. Su marquesina con iluminación y sus escaleras eléctricas hacen
sentir a los capitalinos que lo visitan, como habitantes del ombligo del mundo.
En su fuente de sodas se venden sándwiches, refrescos, vino y cerveza. Por 25 centavos se puede bailar desde el tradicional vals o el rítmico danzón, hasta el alocado charleston. Las pelonas, versión mexicana de las flappers, con sus peinados cortos y sus ademanes desparpajados causan el escándalo y la envidia de muchas señoritas de clase media que van del brazo de su galán. Amenizan la Danzonera México y la Jazz Band Torreblanca. Entre las parejas que
se contorsionan en la pista al ritmo de “La Calle 12”, se encuentra Gudelia
Flores Magaña, una menor de edad y estudiante de secretaria, en compañía del
joven Hugo Cervantes. Gudelia compite con el nombre de Celia Hoyo porque viene
sin el permiso de sus papás y no quiere que la reconozcan. Para su mala fortuna
gana en una de las categorías y obtiene el segundo lugar en otra. El jurado que
la premia, Ricardo Beltri, le ve tantas aptitudes que decide recomendarla para
el teatro de revista con el nombre artístico de Delia Magaña. En poco tiempo la
“Magañita” triunfa en el Mexican Rataplán, un musical con muchos bailes y
escasa ropa. Su estrella sube tan rápido que dicen las malas lenguas que varias
noches la ven bajar del flamante auto del Secretario de Guerra y Marina del
presidente Álvaro Obregón, el general Francisco R. Serrano. Sin embargo la vida
da más vueltas que una rueda de la fortuna. En menos de cinco años Obregón
manda matar a Serrano y Delia Magaña se va a Hollywood.
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