Por Madero ha pasado la historia de México.
El 27 de septiembre de 1821 los 16 mil efectivos del Ejército Trigarante toman esta calle con rumbo al Zócalo. El general Agustín de Iturbide va al frente, montado en un gran caballo negro, vestido con traje austero y sombrero de tres plumas en las que relucen los colores de su bandera: verde, blanco y rojo. Lo siguen sus dragones de riguroso uniforme y la infantería estrenando calzado recién comprado con dinero de las funciones que un teatro presenta a beneficio de los libertadores. A la retaguardia marcha el general Vicente Guerrero acompañado de los pintos del Sur, sus bravos veteranos que a pesar de ir en harapos, desfilan con orgullosa disciplina militar. Los capitalinos les aplauden y les arrojan flores.
La columna detiene su marcha en la esquina del convento de San Francisco (hoy Madero y Eje Central) bajo un arco triunfal que mandó erigir el Ayuntamiento. En ese punto el alcalde José Ignacio Ormachea entrega a Iturbide las llaves de oro de la ciudad. El caudillo las devuelve diciendo "Estas llaves, lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo", sin imaginar que con el tiempo precisamente la religión va a convertirse en un factor de conflicto y desunión entre los mexicanos.
Unas cuadras más adelante Iturbide se apea (en Madero e Isabel la Católica) frente a la casa de María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como la Güera Rodríguez. De acuerdo con la leyenda, Iturbide entra al jardín de la casa, corta una rosa blanca para llevársela junto con una de las plumas de su sombrero a la bella de marras, quien lo observa desde el balcón. Para entonces la Güera Rodríguez tiene 43 años, lleva dos matrimonios y quién sabe cuántos amoríos, entre los que pueden contarse los de Simón Bolívar, el libertador del Sur, y Alexander Von Humboldt, el sabio y explorador prusiano.
Es tanta la influencia de esta mujer en la sociedad de su época que se dice que su intervención es decisiva en el apoyo que varios comerciantes, terratenientes y mineros acaudalados brindan en favor de la independencia. En el templo de la Profesa aún se conserva una Virgen Dolorosa, de la cual se afirma que está inspirada en el rostro de la famosa Güera.
La Reforma
Durante La Reforma, Madero también es escenario de la disputa entre los poderes terrenales y espirituales.
En 1856, con la llegada del gobierno liberal de Ignacio Comonfort se interviene parte del terreno del convento de San Francisco, que para entonces se extiende por más de 30 mil metros cuadrados y contiene dos claustros, una iglesia y cuatro capillas. En ese terreno sacro el gobierno manda instalar un cuartel militar con salida hacia San Juan de Letrán (hoy Eje Central), donde aloja al Cuerpo de Nacionales mejor conocido como compañía Independencia.
La noche del 14 de septiembre de ese mismo año, el mayor de esa corporación, Manuel Pagaza, acusa a los franciscanos de estar conspirando. Aunque nunca se les puede probar nada a los frailes, el presidente Comonfort expide dos decretos. El primero declara la apertura de una calle justamente en medio del convento (se abre el llamado Callejón de los Dolores hasta salir y comunicar con la calle de San Juan de Letrán) a la que se denominará "calle de la Independencia". El segundo decreto, que causa "grande admiración y pasmo" entre los habitantes de la capital, suprime el convento franciscano.
Para ejecutar esta orden perentoria se nombra a un acérrimo enemigo de la iglesia, el Gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz. Este militar jaliscience ya se ha ganado a pulso el repudio de los clericales cuando diez años antes ha firmado el decreto mediante el cual se impone un préstamo forzoso a la iglesia para apoyar la defensa del país que se hallaba invadido por el ejército norteamericano.
Y por si esto fuera poco, apenas en la Semana Santa de ese 1856, Baz ha intentado asistir a misa de Jueves Santo, ya que era costumbre que el Obispo invitara al Presidente en funciones a esta ceremonia de inicio de la Semana Mayor, y como las relaciones entre el Estado y la Iglesia están demasiado tensas, el Presidente Comonfort designa al Gobernador de la capital como su representante.
Sin embargo a la hora señalada en la invitación y ya en la puerta del atrio de la Catedral, los vigilantes le niegan la entrada a Baz por órdenes del Obispo. Este curtido militar no se arredra y sintiendo que en su persona se afrenta al mismo Presidente de la República, regresa a sus oficinas, monta en su caballo y se mete con él al atrio de Catedral. Aunque los vigilantes luchan por sacarlo, el Gobernador logra entrar a caballo hasta dentro del templo.
Los feligreses que asisten a misa, azuzados por el sacerdote, quieren lincharlo, pero Baz ordena traer los cañones de Palacio Nacional y dispara al aire para dispersar a la multitud enardecida. De ahí que este personaje más odiado que Lutero y que Calvino por los católicos mexicanos, se convierta en blanco de los más furibundos sermones, en los que se le sataniza hasta el grado de que entre los conservadores se acuña un nuevo insulto peor que una mentada: "hijo de Baz".
Así que aquella noche del 17 de septiembre de 1856, dos días después del decreto de Comonfort, los franciscanos ven al diablo en la persona de Juan José Baz, quien al frente de 400 barreteros armados de picos y palas, intenta derribar los muros del convento para abrir una calle.
Baz da la orden: "¡A tirar el muro!"
Los hombres titubean, les cuesta más trabajo derrumbar los dogmas y prejuicios de más de 300 años de catolicismo que un simple muro.
Baz repite enérgico: "¡Vamos!... ¿Qué no me están oyendo?"
Ninguno de los obreros se atreve a iniciar la profanación.
El Gobernador busca palabras más convincentes: "¡Síganme los que quieran cobrar!"
Y puede más la necesidad económica que los anatemas, y los muros caen al ritmo de los mazos. Algunas crónicas refieren que los obreros realizan la demolición cantando "Los cangrejos", una canción que Guillermo Prieto compuso para burlarse de los conservadores.
Cangrejos, al combate
cangrejos al compás;
un paso pa´delante,
doscientos para atrás.
Casacas y sotanas
dominan donde quiera,
los sabios de montera
felices nos harán.
¡Zus, ziz, zaz!
¡Viva la libertad!
¿Quieres inquisición?
¡Ja-ja-ja-ja-ja-ja!
Vendrá "Pacho Membrillo"
y los azotará.
Así nace la calle de 16 de septiembre. Y cuatro años después, en 1860, se abre en perpendicular la calle de Gante. Parte del terreno es fraccionado y convertido en lotes donde se construyen casas, hoteles y hasta el Claustro Mayor sirve de local para la carpa del circo Chiartini en el siglo XIX.
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