domingo, 29 de noviembre de 2009

El ejercicio de la jodiedumbre I

(Entrevista realizada el 9 de octubre de 2007 para la serie Entre hombres sin vergüenzas de Radio Educación)

Aunque nació en el viejo barrio de Santa María la Ribera, Emiliano Pérez Cruz se ha convertido con el paso de los años en un escritor emblemático de Ciudad Netzahualcóyotl. Su materia prima ha sido la violenta realidad de las zonas marginadas. Narrador y periodista, ha transitado con fortuna de la crónica al reportaje y de la novela al cuento, en más de veinte años dedicados a la escritura. Ha publicado Tres de ajo (Oasis,1983), Reencuentros (Doble A, 1993), Noticias de los chavos banda y Pata de Perro (Planeta, 1994), Ladillas (Daga, 1998), Me matan si no trabajo y si trabajo me matan (Instituto Mexiquense de Cultura, 1998), Si camino voy como  los ciegos (Conaculta, 1998) y su antología personal Un gato loco en la oscuridad (2002). En el 2000 la escritora Josefina Estrada escribió y publicó la biografía de Emiliano con el título de La vida, función sin permanencia voluntaria.


Iniciamos la entrevista en el teléfono, luego en un restorán de comida corrida donde va por la tarde porque “tiene buen sazón y no es caro”, y la proseguimos en un café donde conversamos más de tres horas. Emiliano inspira confianza a sus interlocutores. Parece que uno lo conociera de toda la vida. Es como el viejo amigo del barrio con quien se puede rememorar viejas hazañas. De inconfundible chamarra negra y lentes, con su sencillez y su lenguaje de cábula redomado, disimula muy bien al funcionario que dirige un área de comunicación del gobierno federal.


Jorge Borja: ¿Cómo fue que migraste a Neza?
Emiliano Pérez Cruz: Pues yo no fui, ahora sí que me llevaron. Mis padres llegaron del rancho a la ciudad, ella aterrizó como sirvienta en Polanco acompañando a mi abuela, él como albañil y después aprendió a manejar y después prácticamente toda su vida fue chofer en una ferretería o en las ferreterías donde hubiera chance. Entonces después de transitar por diversas vecindades del Distrito Federal lo mismo en Azcapotzalco que en Tacuba, la misma Santa María y por ahí cayó la oferta a mi abuelo, quien ya vivía en lo que después sería Ciudad Nezahualcóyotl y como todo emigrado deseoso de hacerse de un patrimonio instaba a mi padre a que se hiciera de algo sobre todo porque era beneficio para mi madre, que era su hija. Fueron y vieron, en ese entonces había un mensaje en la radio muy efectivo que promocionaba la venta de lotes y decía “Aurora, aurora, donde la vida mejora”. En la colonia Aurora que ahora es la Benito Juárez de ciudad Nezahualcóyotl. Finalmente, ellos decidieron hacerle compañía al abuelo, ni muy cerca ni muy lejos y compraron en la colonia Estado de México. De ahí un tanto la cábula que hago de que soy cuatro veces mexicano: por ser de la República Mexicana, por haber nacido en la Ciudad de México, radicado en el Estado de México y en la colonia Estado de México. Así que a los dos años de edad, -yo nací en el 55, mis padres ya llegaron allá en el 57- y de ahí hasta muchos años después estuve viviendo en Nezahualcóyotl. De hecho yo me salgo de Neza ahí por el 94 para irme a vivir a otros lados. Fue toda una vida, un arraigo, considerarlo tu patria, un haber sido partícipe del nacimiento de una nación, la nación de “Nezayork” y esto te deja infinidad de vivencias, incluso traumas, la vida en la jodiedumbre diría por ahí alguien, pero igual toda la experiencia vital de convivir con gente de diversos lados del país, con gente esforzada, animosa, con ganas de mejorar, quién sabe qué se entendía por mejora pero ellos siempre querían que uno fuera menos peor que lo que les había tocado ser, con todo y que a estas fechas uno sigue considerando que fueron seres magníficos, seres esforzados, deseosos de crecer, de engrandecer al país, gente que escuchaba el himno nacional en la calle y se paraba y se cuadraba. A mí me tocó convivir dentro de esta experiencia, pues la mayoría de los hombres salían de este territorio, que después sería ciudad Nezahualcóyotl, hacia el D.F., o hacia donde pudiera para allegarse el sueldo, el salario, para después tener algo que poder llevar a la casa y a cambio los niños, las mujeres y los ancianos nos quedábamos ahí, entonces yo podía decir que toda mi masculinidad es forjada por una feminidad que me rodeaba: la madre, las tías, las primas, las abuelas, las vecinas, las hijas de las vecinas sobre todo, en fin. Creo que esta sensibilidad femenina te puede dar una masculinidad que te hace entender mucho este mundo femenino como dedicado solo para esparcimiento de tu parte masculina.

JB: ¿Y cómo era la vida en aquella Ciudad Neza?
EPC: La gente que por las carencia de transporte, por las distancias, tenía que levantarse a las cinco para emigrar a las seis y retornar a las siete u ocho de la noche para cenar y acostarse y prepararse para el otro día. Obviamente te dejaba a merced, para bien, de las mujeres. Entonces aquello de que a uno le chocaba que en la secundaria le dijeran “eres niñita porque te juntas con niñitas” pues a todo dar ¿no? Allá ellos que se rasquen entre ellos cuando uno podía rascarse entre ellas, entonces era sumamente agradable el mundo de las mujeres humildes, de las inmigrantes, de la gente que tenía que estar al mismo tiempo de sostener un hogar, levantar una casa literalmente rascando para los cimientos, para pegar los ladrillos, etc., y para sostenerla y administrarla con el escaso gasto que se les otorgaba de los maridos y al mismo tiempo ser los sostenes de la familia en su vertiente madres de familia, pues te dabas cuenta que el ser mujer implicaba un esfuerzo supremo en relación, quizá, con el hombre. A los hombres nos acusan mucho de que seamos muy chatos, muy cuadrados, hacedores de una sola cosa en un momento dado cuando las mujeres bien pueden hacer cuatro o cinco al mismo tiempo, lo mismo están echando un ojo a la olla de frijoles que están cuidando al niño que está recién nacido, que estar atendiendo a los chiquillos que andan por allí exhibiendo por ahí lo suyo y que en su momento hasta se ponían guapas y bellas para esperar al marido entre las sábanas de costal de manta.

JB: ¿Y no les afectaba esa “ausencia” del papá?
EPC: Pues yo creo que para bien porque finalmente al padre uno lo veía como gente de respeto, el hombre, el sostén o al final uno lo aterrizaría en una figura prototípica del país que estaría -para mal del hombre-, limitado a dos vertientes: la de proveedor y verdugo. En este caso sí veía uno que llegaba el padre con el costal del mandado, que llevaba desde la Merced con papas, cebollas, ajos, en fin aquello que no fuera maltratable, apachurrable como los jitomates y a cambio llegaba también a recibir las quejas, entonces los padres eran la mano armada de las madres, la que tenía que poner en paz a todos estos que tirábamos para delincuentes, para escritores inclusive otra vertiente de la delincuencia organizada. Entonces yo creo que esto mermaba mucho el potencial que podía tener una figura paterna. Eso de ser proveedor y verdugo por un lado, el proveedor merecía todos nuestros respetos y el verdugo todos nuestros miedos. Me acuerdo que en alguna ocasión mi padre me decía “oye pero ¿es que tú no me tienes miedo?” y ya respondón que era uno decía “oiga papá, no le tengo miedo pero sí le tengo respeto” y él decía “pues sí, pero miedo también tengo que imponerte” y le respondí “sí, a los 13 pero yo creo a los 16 ya no va a imponer tanto” y como que los papás también medían y le iban bajando mucho a lo que ahora pudiera ser considerado maltrato intrafamiliar o violencia intrafamiliar pero que en su momento quizá eran aspectos pedagógicos, didácticos para enderezar a estas personalidades que ellos preveían iban por la senda del mal cuando nos querían por la del bien aunque estuviera plagado de espinas; yo no prefería la del mal porque te decían y enseñaban en la doctrina cristiana que el camino del mal estaba plagado de flores, de bellezas y pues vamos al bien ¿no? Ellos empeñados hacia el bien, que era el trabajo, el esfuerzo, era el dejar de ser unos inútiles, unos mantenidos, unos holgazanes, en fin. Francamente, uno vivía en el mundo femenino que era más apapachador, más inteligente, más buscador de las diversas opciones para solucionar un problema, menos chato y cuadrado del que pudiera ser el del padre, el de la fuerza bruta y el castigo. Con la madre podías obtener el castigo pero también el apapacho y la recompensa. Uno comulgaba muchísimo con esta faceta femenina de la familia, del territorio también, finalmente una visión hasta optimista dentro de toda esta jodiedumbre que uno tenía. Entonces, era muy sano, no había puntos de confrontación entonces de lo que después conoceríamos como la lucha de clases, éramos simplemente una clase, la clase más jodida y no conocías otra. Lo que no ves no lo deseas, si no veías riqueza y no veías ostentación simplemente no tenías broncas, eras feliz en el llano, yéndote a las orillas del aeropuerto como sintiéndose un cazador, esperando hallar tu parque jurásico cazando culebras, lagartijas, patos, en fin, navegando entre lo que aún quedaba como aguas del lago de Texcoco para regresar en la tarde cargado de todas estas chucherías, aquello que había sido fruto de la ganancia de un sábado o un domingo en donde te soltaban la rienda, fue una infancia francamente salvaje pero feliz. Y sobre todo con este estar profundamente apapachado o en ocasiones vejado, las señoras eran muy cábulas, muy de mano cargada pero con todo te iban a dar a conocer secretos que no conocerías en voz de tu padre. Las primeas pláticas de sexualidad, orientación sexual, dudas que a uno le empezaban a saltar eran solventadas con la mayor naturalidad por las mujeres, en cambio los hombres no, confundido este respeto con estar obnubilado ante la realidad “no, no vamos a hablar de porquerías, de cochinadas” y uno decía “pues algo tienen de sabroso las cochinadas que todos las ocultan.” Y a cambio las mujeres entre picardías te las develaban quitándote las vendas de los ojos. En el caso de mi madre a veces te las documentaba si tenía algún material de apoyo te decía “léete esto, échale un ojo a esto”.

JB: ¿Le gustaba la lectura a tu jefa?
Sí, mi madre también había sido sirvienta en Polanco, estuvo al servicio de un oftalmólogo que por fortuna era un ser leído, instruido y cultivado, le gustaba la música clásica, le gustaba la buena vida, entonces, a los chamacos, los hijos de la sirvienta nos pasaba a sala, abría el tocadiscos, veía uno que presionaba un botón y de la entraña salía un tocadiscos de lujo, colocaba discos de 78 revoluciones, agarraba una batuta y volteaba frente a nosotros y se ponía a dirigir para nosotros al tocadiscos, el señor tenía conocimientos de música y uno se quedaba maravillado ante ello, y al mismo tiempo que su esposa nos apapachaba con dulces, caramelos y llegaba mi abuelita y nos daba una taza de chocolate, uno era feliz en ese entonces, y más que confrontación de clases uno lo veía más como complemento, por una parte aquello que vivíamos en Nezahualcóyotl con todas las carencias y cuando íbamos de visita para allá pues ser tratados con toda la amabilidad que te puede brindar una familia con una formación humanística, y de respeto a semejantes sea de la condición que sea, en ese sentido fue muy rica, muy fructífera. En la secundaria nos obligaban a escuchar música clásica como parte de las tareas, sintonizar la XELA, a Radio Universidad y te encontrabas reconociendo música que ya desde la remota habías escuchado gracias a este músico y pienso que necesariamente esto también te va ampliando la sensibilidad, a lo que le agregas la sensibilidad paterna de la música ranchera de los alegres de Terán, de Pedro Infante, Jorge Negrete, de Lucha Reyes, formación fundamentalmente radiofónica a falta de recursos la radio era una buena salida y a falta de tele pues mucho mejor. En la infancia y en la adolescencia tuvimos una formación gracias a radionovelas y a las series como Una flor en el pantano, Corona de lágrimas, Calimán, El risámetro, en fin y te resultaba fantástico vivir un mundo de sonidos que te recreaba países exóticos, ambientes de relajamiento y carcajada como los de Pepe Ruiz Vélez, Régulo, Madaleno, Chaf y Kelly que son parte de esta masculinidad, del doble sentido radiofónico, de los chistes no tan lanzados como ahora Polo Polo pero sí con el ingenio que pudieran tener estas voces que mencionaba.

JB: ¿Y había algún rito de iniciación para convertirse en hombre?
EPC: Sí, no faltaba que se iban dando como que los grupos de poder, las afinidades, aquéllos que les daba por ser los jugadores, los que se aventaban su trompo callejero, incluso organizado, no faltaba en el vecindario quien como podía levantaba un ring en el baldío y ahí al chavo que se suba junto con otro a darse sus cates recibirá en premio de parte del tendero chocolates, dulces, refrescos y a cambio había guantes. Yo francamente siempre le sacatié y la primera vez que me subí, de volada me bajaron; no me bajé, me bajaron. Veías chavos como que preveían que también la fuerza bruta iba a ser necesaria para abrirse camino en la vida y que si en el camión requerías un asiento y un gandaya te lo quería quitar pues a trompadas tenías que defenderlo y qué mejor si sabías meter las manos. Yo creo que esta preparación de entre juegos e iniciaciones en el barrio a la larga te sería también de provecho, de provecho sería que como iniciaciones como a ver quién se sube al camión y bajarse de él por la puerta trasera y en marcha, de a “mosquita” decíamos, y claro que dabas el santo marranazo pero a la larga lo ibas dominando, o el hecho de irse colgando de los estribos de los macheteros del camión refresquero, y aventurado más lejos y que llegabas acá por el centro del D.F. a treparte a los tranvías, a los trolebuses y eso significaba también capotearse a los vigías que había en el camino y que te bajaban a varazos, todo eso eran como habilidades pero no tanto por allá que era un ambiente semirrural, ahí más bien las iniciaciones eran aguantar incluso las burlas. Dentro de la infancia rápidamente accedías al mundo laboral aunque fuera de ayudante. Nosotros ayudábamos a mi madre con la venta de agua. En la colonia donde vivimos en una calle metieron agua potable entubada y en otra no. Entonces quienes tuvimos agua en las casas, luego los vecinos de las otras calles decían por qué no dan permiso de tomar del agua que les llega, y nosotros no vendíamos el agua sino el servicio de llevarla, desde pequeños en los botes de leche. A Mi mamá le decían “los chiquillos a lo mejor pueden llevar unos viajes de agua y a cambio le pagamos una lana” y había palomillas de teporochos, ya adultos que no sabían quizá mayor cosa que el uso de la fuerza y bueno, cargarse los botes. Entonces había señores que instaban a mi madre “no pues sirve que usted obtiene una ayudita y le damos una lana y que los chamacos lleven el agua”. Así empezamos con un palito de escoba, mi madre nos habilitó unas cadenitas que parecían de juguete y con los botecitos de leche Nido como de 4 litros cada uno, allí empezamos un oficio que se prolongó hasta los 15 años, de aguadores, en competencia con los aguadores profesionales con los cuales luego nos liábamos a garrotazos o a la guerra fría que era a pedradas, eran gente mayor muy deteriorada por el alcohol, por los vicios que trajesen y muy descuidados en su chamba porque finalmente acaparaban las tomas de agua y eran colas inmensas y nosotros teníamos a cambio la toma hogareña y en lo que aquellos se aventaban medio día para llevar el agua a las vecinas pues nosotros en chinga y además con mayor pulcritud y limpieza surtíamos a los vecinos. Se hacía la división de llevar agua para tomar o agua para lavar. La de tomar era captarla directamente de la llave y la de lavar se iba depositando, mi madre iba haciendo el apartado en tinacos en tinas, y por muy limpio que estuviera consideraban que la potable era la que venía de la llave. En ese entonces nos fuimos especializando y muchas veces nos llamaban muchos para surtir el agua para tomar y adelantabas tus viajes de agua y no faltaba el teporocho que se adelantaba y te boicoteaba. Llegabas y veías tus botes con tierra y decías “ni modo esta agua la vendo para lavar” y cuidando que no se fueran los asientos y la gente agarraba la onda y te daban tu lugar pero te quedaba la furia, el coraje y si veías al teporocho lo agarrabas a terronazos, lo que te decía de la “guerra fría”, de lejos, porque en caliente si nos abarataban, entonces de lejos. Ya luego con la edad aprendías a defenderte entre otros aguadores igualmente gandayescos a cadenazos, hacías de tal manera tus cadenas en tus aguantadores que pudieran safarse rápido con una argolla de fácil desprendimiento. De modo que si la bronca iba en serio pues los agarrábamos a garrotazos o a cadenazos, eso era antes de que se vieran las pandillas de cadeneros. Ahora parte de la iniciación, ya en relación a las mujeres tenía que ver con este ver a las chiquillas un tanto avergonzado porque andabas de pantalones cortos, descalzo para no mojar tu calzado en tus entregas de agua y a cambio chavos que a lo mejor tenía posición económica y no tenían la necesidad de andar en esto tenía más oportunidades con ellas. Por las tardes regresábamos a la escuela para dedicarnos al acarreo de agua mientras que los otros chavos podían dedicarse a jugar, a repasar sus clases, como también nosotros lo hacíamos una vez cumplida la labor, pero sí recuerdo etapas en que sí te sentías en desventaja por esta condición. Decía mi madre “póngase la ropa vieja para trabajar” y creo que en la vida nunca habíamos visto la ropa nueva, pero con todo y eso mi madre era muy generosa y todo aquello que íbamos ganando durante el año lo iba depositando en un cochinito. A fin de año se hacía todo un ritual, se depositaba al marrano al centro de la cama y todos alrededor y a darle mate al marranito y luego contar todas las monedas, escasos billetes que le habíamos ido metiendo que alcanzaban para las cosas más necesarias: las chamarras de invierno, de pana, las mejorcitas con peluche, te alcanzaba para el pantalón, para una muda de camisas, en fin. Mi madre no era que dispusiera de nuestro dinero, decía “este es su dinero y lo estamos juntando para diciembre”. Lo íbamos a gastar a la Merced, al mercado de Mixcalco; ya después con mayores recursos y quizá más envalentonados hasta San Juan de Letrán a buscar ahí las prendas de nuestro agrado, nos daban chance de escoger y quizá ésa era otra formación de la masculinidad el hecho de que tuvieras la libertad de elegir.

JB: ¿Y en qué momento te empezabas a sentir hombre en el barrio?
EPC: Cuando sientes el rigor de enfrentar el reto de “a ver si eres muy machito” era el momento en que dejas las infancia, concluyes la secundaria, empiezas a advertir ciertos contrastes. Me tocó hacer la secundaria en la 160 del D.F. y el hecho de saltar al D.F. te daba la evidencia de que la cosa podía ser de otro modo, no las calles con terrenales y lodazales sino que brincando a ocho calles de donde uno vivía comenzaba el D.F., y tenían servicios: agua potable, drenaje, pavimento etc., y a cambio veías que la gente no andaba con los zapatos enlodados o empolvados; los chavos eran gente de clase media baja pero con todo advertías otro nivel, el hecho de que uno iba con las manos cuarteadas por la tierra, por el trato frecuente que teníamos con el agua y que hasta la fecha quedaron como herencia necesariamente por situaciones un tanto de pena, de minusvalía, más lo que tenía que ver con los recursos con todo y que mi padre era un rezongón para apoquinar algo que significará un gasto más, dependiente como era él, de un salario mínimo pues a final de cuantas salía aceptando que como saliste de la primaria pues ahora a la secundaria y de la secundaria a la prepa. Y no se diga “pero cómo ¿también vas a entrar a la universidad?” y como podía hacía un esfuerzo y te echaba la mano. En la secundaria no faltaban chavos más gandayas con todo y que uno iba con una familia humilde no era una familia de lo que ahora le llamarían la violencia intrafamiliar, nunca vi francamente un encuentro violento entre mi padre y mi madre. Nos cuidamos mucho. A lo mejor dirían que era una cultura de la simulación, nosotros preferimos una cultura de la discreción. La gente era discreta, si tenían broncas entre la pareja, entre la pareja las arreglaban, procuraban no hacer víctimas a los hijos, entonces cuando ya estaban ellos solos con su soledad seguramente vivían sus diferencias, sus broncas y uno ni por enterado. A cambio, sí había chavos que decían “Mi mamá le dio de moquetazos a mi papá” al revés porque había señoras bravas que le ponían al papá y veías a chavos muy violentos, muy abusivos, muchos de nosotros que vivimos en casas unifamiliares a cambio había chavos que iban de vecindades, de departamentos y uno no concebía eso hasta que lo veías, cuando lo invitaban a uno a la casa y veías que no había un baño particular sino uno común para toda la vecindad. Veías que algo no caminaba, que en la misma sala estaba el comedor y cocina y todo, que las recámaras apenas se dividían con una cortinita y veías que con todo y que vivían en el D.F., vivían un poco más apretujados que nosotros y que eso necesariamente no resultaba sano para la relación con los chamacos y eran chamacos muy violentos y seguramente más hábiles que uno para meter las manos y tenías que irte haciéndote de esas habilidades, de defenderte, de que no te robaran los cuadernos, que no te quisieran agandayar la lanita escasa que llevabas, incluso con tu torta, más cuando te fijabas en alguna niña y le hacías la plática y resulta que alguien ya se la había adjudicado como novia y que esto ocasionaba celos y era motivo de que te dieran unos moquetazos, y entonces venían la retadoras “órale que a mano limpia”, que en el llano a la hora del recreo, prepararte para que no te vieran los prefectos y todos se daban como rounds espectaculares y velocísimos donde no faltaba los que dijeran “ai muere”, “el ganador es…” o “no hubo ganador y ya chóquenla ai murió”.

JB: ¿Tú cómo eras para los guamazos?
EPC: Malo, muy malo. Preferí, en alguna ocasión y por esas épocas vi un cartel que era de promoción del libro y no sé por qué se me figura que era una caricatura de Magú, eran dos caballeros andantes, armados con sus armaduras y sus adargas y a punto de darse el llegue decían “mejor peleemos al nivel de las ideas” y yo me hice de cábula esa frase y cada vez que me echaban bronca decía “mejor peleemos al nivel de las ideas y a ver quién es más chido”.

JB: ¿Y no te descontaban?
EPC: No, fíjate que cambio yo tenía cuates que siempre me tuvieron como su protegido, cuates hechos a la vida callejera, a la vida violenta más urbana que la nuestra. Muchas veces era el sometimiento y te decían “¿Sabes qué? Yo te brindo protección pero a cambio me haces mi tarea”. Yo era muy bueno para el dibujo técnico y para el español, entonces me tocaba resolver cuestiones de ese tipo, además me significaba un billetín, a quienes no les hacía las tareas por protección les cobraba por hacerles una calca de mi dibujo. Yo estaba medio gordo y decían “El que quiera con el gordo va conmigo” y muchas veces me fui dando una especie de liderazgo intelectual en su debida medida y aprendí a vivir un poco así, a la sombra protectora de los que eran más cabrones, más gandayas. En el barrio ocurría más o menos lo mismo hasta que de repente junto con mis hermanos nos tocó comandar a una banda enorme, decíamos que éramos la banda de las esquinas, después rebautizados en los años ochenta como “chavos banda”, nosotros ni sabíamos qué eran bandas, sabíamos que éramos chavos y que estábamos dispuestísimos en un municipio entonces incipiente, con una de las policías más represoras de entonces, que era el Batallón de Radiopatrullas del Estado de México, y entonces teníamos que estar a las vivas, no en contra de los otros sino en contra de la ley, la supuesta ley que era representada por estos hombres que andaban en sus malenas (volkswagens), que en ese entonces le decían así a los rotbailer, llegaban y sin pretexto alguno te cargaban, Neza estaba en estado de sitio y si circulabas después de las diez de la noche te la querían hacer de jamón, no por nada que tuviera que ver con la seguridad pública, sino con la lana que pudiera dar tu familia a cambio de liberarte. Dos tres veces me llegaron a apañar y nos fuimos a dormir en concreto en el Palacio Municipal, el único delito era haber andado de noche.

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