lunes, 28 de diciembre de 2009

El Muñeco

I

Día: sábado 19 de diciembre de 1998.
Lugar: La Corneta.
Hora: 3:20 AM.

Para el Muñeco todo es literatura. Desde sus monstruos infantiles, las nostalgias del internado de la infancia, el rumor del Mar Caribe en las caracolas, las voces que pueblan la biblioteca, hasta este infame cabaret de San Pablito, en pleno corazón de la Merced, es literatura.

La Corneta es una bodega enorme en la que caben más de cuarenta mesas de plástico ocupadas por jóvenes vociferantes y viejos degenerados. Hay una barra improvisada con cajas de refrescos y una tabla larga, dos enormes bocinas negras y una parte despejada que funciona como pista. El ambiente está recargado del humo del cigarro y de los miasmas de orines y semen. Al fondo suena una rockola a todo volumen.

“En mi vida yo nunca he sido feliz/ las estrellas me iluminan al revés/ pues yo pienso que si volviera a nacer/ heredaba una traición y gran sufrir/ por eso quisiera ¡ay!, ahogarme en el licor…”
No es un lugar caro pero sí muy peligroso. No conviene brindar con los vecinos, ni siquiera mirar a los ojos a ninguno de los jóvenes morenos y pelados a rape que discuten en las mesas. Aunque en la puerta se puede leer claramente escrito con plumón en cartulina que se prohíbe la entrada a uniformados, muchos de ellos usan camiseta blanca y todavía traen puesto el pantalón caqui y las botas.

Somos dos aprendices y un escritor desconocido que mantienen la conversación alrededor de una mesa que navega sobre el vertiginoso caudal de borrachos y blasfemias de una noche de juerga.

El Muñeco, distinguido asesor y redactor de discursos de un eminente político de izquierda, refiere con singular gracia los chismes de su trabajo.

-René es un mujeriego empedernido. En la oficina ya tiene otra querida. La muy indiscreta dice que seguido la lleva a hoteles de Tlalpan y que además de tacaño es muy conservador en la cama: se sube, alcanza rápido su orgasmo y luego se pone a roncar. Si es tan mal amante no sé por qué Ruth lo cela tanto; ya ni su esposa Silvia es tan posesiva. ¿Qué es lo que cuida más la Zavaleta: el pene de René o los huesos que él le consigue?

“Vivo tomando porque el trago es pa los machos/ un desamor me puede causar la muerte/ y si el mar se convirtiera en aguardiente/ en él me ahogara para morirme borracho...”
A las tres y media, más o menos, empieza el show. Se apagan las luces y un reflector apunta al centro de la improvisada pista. No hay plataforma ni tubo, sólo el áspero piso. Anuncian por las bocinas: “¡Ella es Magaaaaly!, ¡puuuro fueeego!” Con el acordeón de la Sampuesana entra bailando descalza una morena bajita medio entrada en carnes que ondea su rubia cabellera al modo de las antiguas go-go girls. Al ritmo de las percusiones se despoja del escaso vestuario: minifalda de mezclilla y slip gris que recoge un mesero. La morena oscila su cadera oceánica y bambolea los pechos tristes de pezones prietos como uva pasa. Se queda con una tanga roja minúscula de la que sobresale una gruesa pelambre como erizo de mar.

Se acerca a una mesa, donde un gordo sudoroso y calvo agarra delicadamente los lazos de la tanga con los índices de sus manos grasientas. La morena saca las piernas con habilidad. Suenan algunos aplausos desguanzados y muchos silbidos de impaciencia. La morena se tira al suelo y así sentada va dando vueltas sobre su eje, abre y cierra las piernas cuatro veces, en dirección a los puntos cardinales, como si tratara de fotografiar con el sexo a su público expectante.

Aparecen dos meseros cargando un sillón largo de cubierta luída. Se oyen las bocinas: “Si quieres participar del show sólo tienes que pagar los diez pesos del condón”. De inmediato se forma una fila de sorchos que buscan sus 15 minutos de fama o de calentura. Unos ya se están quitando la ropa. Vuelan camisetas mientras otros sentados en el suelo se desamarran las botas. Un tipo flaco y correoso, de ojos borrados y de piel muy blanca, está desnudo y presentando su arma.

El Muñeco aguza la mirada, sus ojos de expresión triste y rabillo caído lo observan todo como si quisieran marcar estas imágenes con fuego en la memoria. Bebe su cerveza con fruición, la suma a los anises que hace unas horas bebió en el café Habana para aliviarse de una cruda severa. Como cinéfilo empedernido, le gusta comparar lo que ve en la realidad con todo lo que ha vivido en las películas.

-Sinatra era un flacucho de no más de 60 kilos, obsesionado por el sexo. Su ex esposa Ava Gardner decía que “Frank era 20 kilos de huesos y 40 kilos de verga”.

Sobre el sillón de la pista se forma un tumulto de carnes de distintos tonos moviéndose frenéticamente. La morena, acostada entre varios sardinas que literalmente le apuntalan los orificios, ocupa manos y boca en complacerlos. No se alcanza a ver claramente lo que ocurre en este espectáculo, sólo un racimo de cuerpos masculinos, unos magros y otros musculosos, que prácticamente montan unos sobre otros hasta ocultar las redondeces del afanoso cuerpo femenino. De repente, de la bola se desprende algún desnudo, con el condón colgando del miembro macilento, que recoge su ropa con una sonrisa de perro agradecido.

El Muñeco está encandilado. Presta poca atención al final del show y prefiere continuar con su relato aunque tenga que alzar la voz para imponerse al escándalo de “El diario de un borracho”, una cumbia que se repite obsesivamente. El calor del alcohol le amanera los gestos. Para reírse deja caer la cabeza hacia atrás y se afila la punta de la nariz con el dedo índice mientras suelta una risilla extraña, como graznido, un “arrgh” de pájaro exótico.

-Entonces Mae West, lujuria de mujer, abraza al guapote Cary Grant, que en esa película interpreta a un oficial de policía, y se le arrima para darle un beso de bienvenida. Y, sorprendida se aparta de inmediato, para preguntarle con voz tipluda: “¿vienes armado o es que te alegras de verme?...” ¡arrghh!

“Vivo tomando porque el trago es pa los machos/ un desamor me puede causar la muerte/ y si el mar se convirtiera en aguardiente/ en él me ahogara para morirme borracho.”
A Raúl Rodríguez, que así se llama el Muñeco, le gusta el bullicio y el desmadre a pesar de que los personajes de su literatura son seres desolados que interactúan en confianza solamente en la intimidad. Habla entusiasmado de sus autores favoritos: Óscar Wilde, Scott Fitzgerald, Truman Capote; se detiene especialmente en Albertine Sarrazin, una escritora francesa poco mencionada entre el círculo de lectores que gustamos de Bukowski; si acaso hablamos de un francés, es de Louis Ferdinand Celine. El Muñeco prefiere a Sarrazin, mujer alcohólica que fue violada a los 10 años, estuvo en la cárcel y murió apenas pasada su tercera década. Dice Raúl que ella “maneja una prosa sin metáforas ni elegancias literarias; con un vocabulario común, pero capaz de comunicar la intensidad, la pasión y el dolor que hacen la vida…” Raúl, el escritor desconocido, se identifica mucho con ella. Es más, en cierto sentido, la prosa de Rodríguez Cetina es muy semejante a la de la autora francesa.

El Muñeco es una persona inteligente, sensible y culta, que tiene un pequeño defecto: lo habita un demonio que empieza a manifestarse después de las seis o siete copas. Se le reconoce por los ojos velados y la sonrisa despectiva que le descomponen el gesto. A esta altura de la noche y de la borrasca etílica, sólo se pueden intercambiar intimidades, pero el volumen de la música nada más permite hablar a gritos. Raúl prefiere el silencio. Dirige una mirada de fastidio a sus interlocutores.

-¿Quieres otra cerveza? –le pregunta al oído el aprendiz, tratando de animarlo.

Raúl niega con la cabeza y tapa el cuello de la botella vacía con ambas manos.

-¿Prefieres un fuerte?... ¿un ron, un tequila? –inquiere nuevamente el aprendiz.

Raúl niega otra vez y acerca la cabeza para hablarle con voz pastosa.

-En este momento sólo se me antoja una cosa –dice Raúl con sonrisa oblicua.

-¿Qué quieres? –pregunta el aprendiz esperando una propuesta indecorosa.

-Morirme.

“Voy a escribir en mi diario/ que voy vagando por el mundo/ ay que dolor tan profundo/ vivir triste y solitario.”


II

Cuando publicó su primera novela El Desconocido (Duncan editores, 1978/ Plaza y Valdés editores, 2007) a Raúl Rodríguez Cetina se le consideró como un autor de literatura gay. Rafael Solana escribió un comentario en el que la catalogaba dentro de las novelas malditas y los temas prohibidos, comparó al autor con Marcel Proust, Óscar Wilde y Pierre Louis.

El Desconocido es una narración autobiográfica que Rodríguez Cetina escribió a los 23 años como resultado de una terapia psicoanalítica y de su paso por el taller de Andrés González Pagés. En palabras del propio autor: “Lo que se cuenta ahí son vivencias que ocurrieron durante la pubertad y el paso a la adolescencia, mientras crecía prácticamente solo en Mérida, debido a que provengo de un divorcio, un drama familiar. Por ello, fui dejado a la deriva y el rechazo paterno me obligó a vivir por mí mismo. Me hice de un plan, un proyecto de vida que consistía en pagarme una carrera rápida de contador y estudiar inglés. Para sostenerme de los 15 a los 18 años me vi obligado a sobrevivir mediante la prostitución.” (Entrevista de Raúl Rodríguez Cetina con Ricardo E. Tatto. Febrero de 2008. Blog La Cueva del Gonzo).

Esta novela pude situarse dentro del llamado bildungs roman o novela de crecimiento, subgénero que narra el difícil aprendizaje y la iniciación del adolescente en las miserias de la vida adulta. A diferencia de otros libros casi infantiles que comparten esta clasificación, como la celebrada Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco, El Desconocido es un libro desgarrador e incomplaciente que comienza con la vida del protagonista, Narveli, en un internado; prosigue con el inicio en el medio de la prostitución masculina y concluye con el viaje del protagonista a la ciudad de México.

“La tensión provocada por mi fuga había desaparecido y me sentía confortado por la ayuda que me brindaba el chofer. Había oscurecido cuando detuvo el camión a la entrada de un pueblo que reconocí, por eso supe que nos encontrábamos a dos horas de Mérida. El hombre se bajó a orinar y me recomendó que hiciera lo mismo. Entre los matorrales me dijo ven, vamos detrás de esos árboles. Le respondí que debíamos de regresar al camión. Entonces me sujetó del brazo y me arrastró hacia los árboles oscuros. Su respiración agitada, ronca, me aterrorizó porque supuse que algo grave sucedía. Me obligó a que me abrazara de un árbol para poder usarme. No tenía caso gritar. Papito tenía la culpa de mi secuestro. El chofer arrancó un manojo de hierbas para limpiarme la sangre y me dijo que lo esperara un momento, se fue a la carretera y escuché cuando prendió el motor del camión y se marchó”. (El Desconocido. Plaza y Valdés Editores. P. 41).

En las páginas de su obra inicial, Rodríguez Cetina sienta las bases del estilo y las temáticas que va a desarrollar a lo largo de su narrativa: personajes que siempre caminan al borde del abismo emocional, bisexuales y ateos que no encuentran verdadero alivio en ninguna preferencia y buscan la única redención posible a través de la literatura, el alcohol o el suicidio.

Su primera publicación le ganó numerosos lectores que pretendían ver en su narrativa una bandera ideológica a favor del movimiento arcoíris. Influye en tal apreciación que en esta época, segunda mitad de los setenta, se empieza a hacer visible la lucha por los derechos de los homosexuales y se comienza a afirmar la identidad gay. El Desconocido, entonces, prosigue a otras novelas como Mocambo de Alberto Dallal (1976) y precede a El Vampiro de la Colonia Roma de Luis Zapata (1979), que abordan el tema del homosexualismo. Es por eso que la llegada de unos cuantos ejemplares de su libro a una librería de Mérida, tierra natal de Rodríguez Cetina, causa revuelo en el ambiente cultural y en el medio gay de la región.

Sin embargo sus historias intimistas están muy alejadas de los melodramas en que cayó Luis Zapata después de su famoso vampiro, o de la pornografía homosexual de otros autores. Además los personajes de Rodríguez Cetina ni enfrentan graves problemas al asumir su condición sexual ni viven la existencia hedonista y frívola de la mayoría de los que aparecen en la literatura gay. En cambio, sufren constantes problemas económicos y se empeñan en búsquedas interiores en las que, por lo general, nunca ven colmadas sus necesidades afectivas. Otra diferencia fundamental es que las mujeres ocupan un lugar preponderante como madres, amantes, amigas y confidentes de los protagonistas.

Tal vez por lo anterior es que en sus siguientes obras, la doble orientación de sus protagonistas y sus escenarios y temáticas más allá del ámbito gay, le ganaron a Raúl el rechazo de los lectores del ambiente que discriminan a los bisexuales.

Su segunda novela Flash back, (Premiá Editora, 1982) aborda la búsqueda existencial de Remí, el protagonista, quien ensaya distintas posibilidades de relación, sentimental y sexual, con hombres y con mujeres que viven atrapados por la sensación de soledad, en una atmósfera donde no hay puerta de salida a la esperanza. En ésta, el escritor permite a su protagonista experimentar nuevas sensaciones.

“Mi lengua dibujó en su vientre improvisaciones heterosexuales. Sin rumbo le besé el sexo, subí lentamente hasta los senos, la erección comenzó a insinuarse, y en un lapso en que sólo sentía a mis labios recorrer su cuello, al reaccionar ya con la ayuda de su mano me encontraba penetrándola. Gemía, sus dedos entre mis cabellos. Me quejé al sentir los espasmos. Ella me apretaba fuerte, arrójamelo todo, decía”. (Flash back. Premiá Editora. P. 11).

A pesar de que sus historias están teñidas de erotismo y abierta sexualidad con sugerentes descripciones de encuentros homo y heterosexuales, Raúl declara su reticencia ante el acto sexual. Aunque vivió en carne propia la violencia y el desencanto amorosos, reconoce que lo hizo solamente como un medio de experimentar los mecanismos de la pasión, pero no con el fin de dejarse arrastrar por ella.

“De hecho nunca he podido creer en el sexo como una fuente de placer necesaria y de enamoramiento; para desdeñarlo se tiene que experimentar, finalmente, las dos opciones más comunes. Ninguna me satisfizo y eso no es motivo para un drama porque he tenido a la literatura que nunca me ha abandonado.” (Mi pasado me condena; pp.29-30).

Su tercera novela Primer plano (Editorial Katún, 1984), abunda sobre el desencuentro del protagonista, quien se siente incomunicado en una sociedad carente de cultura, drogada por la televisión y dedicada a reproducirse masivamente. El final mantiene la duda sobre si el personaje continúa en el mundo o prefiere poner fin a su vida.

A mediados de los ochenta, Raúl es un escritor que ha conseguido la fidelidad de algunos lectores a pesar de la mala distribución de sus libros. Y aunque han aparecido reseñas sobre su literatura en suplementos culturales de México y de España, sigue siendo un autor desconocido para las grandes editoriales.

El medio literario mexicano está lleno de amiguismos y de envidias. Como Raúl no pertenece a ningún cenáculo, sus libros se promueven muy poco y cuando se publican aparecen en editoriales pequeñas, marginales. Su estilo transparente y el desdén por los artificios literarios, lo escabroso de sus temas y su propia persona tan claridosa y directa, lo alejan cada vez más de la posibilidad del éxito comercial.

“No me agrada escribir sobre el mundo cultural y literario de México porque siempre me he mantenido al margen de los premios y becas que generalmente se otorgan por amiguismo y detesto a los grupos que viven del presupuesto cultural (…)

Nunca he formado parte de las mafias culturales de México, me he defendido solo y he publicado de acuerdo a mis posibilidades. He tenido que trabajar duro para mantener mi vida económica y literaria.” (Mi pasado me condena; pp. 73 y 151).

Su siguiente novela Alejamiento (Editorial Grijalbo, 1987), inspirada en Silvia Plath y Antonieta Rivas Mercado, narra la historia de una joven poeta llamada Galia, quien recibe el reconocimiento después de su suicidio. Paradójicamente es con esta historia que la obra del propio Rodríguez Cetina empieza a ser comentada por críticos de la talla de Ignacio Trejo Fuentes, Juan Domingo Argüelles, Margo Glanz y John Brushwood. La narradora chilena Isabel Allende afirma sobre esta novela: “Tiene un estilo preciso y directo, sin florituras. Me gustan estos libros, hechos desde adentro, con dolor y amor.”

“Una explosión de miedo la sentó en la cama. No pudo soportar el hundimiento del colchón, se levantó, los cigarrillos habían perdido todo el interés del pasado; ya no le fue posible salir otra vez al balcón. Y esa habitación tan grande, tan grande para ella.

Sacó las pastillas de su bolso.

Del servibar tomó una botella de champaña.

En la mesita, la recamarera encontró la botella vacía, y el frasco de las pastillas destapado.” (Alejamiento; p. 109).

III

Desde fines de los noventa Raúl Rodríguez Cetina continúa librando la batalla por los recursos económicos que le permitan mantenerse con cierto decoro y seguir escribiendo. Divide sus horarios entre las diversas chambas que le permiten subsistir. Se multiplica escribiendo una columna cultural para El Universal, redactando boletines y programas para la Asamblea del D.F., haciendo discursos para René Arce y, a veces, incluso recurre a las traducciones. Por las tardes se le puede encontrar en el café Habana de Bucareli, refugio de viejos periodistas.

Para aguantar su ritmo de trabajo y por un hábito inveterado en él, Raúl alterna la ingestión de pastillas tranquilizantes con las bebidas alcohólicas. Las primeras para superar su natural nerviosismo y las segundas para estimular su elocuencia y disminuirle el “instinto autodestructivo”. Al parecer nunca las combina al mismo tiempo, sino de acuerdo con su estado de ánimo. Eso dice. Finalmente, si alguien le cuestiona esa costumbre, Raúl contesta que “los escritores siempre mueren jóvenes sin importar la edad”.

Los fines de semana le roba tiempo a todas sus actividades para dedicarlo a su verdadero vicio: la literatura en la que vuelca toda su verdad. De esa ocupación resultan tres novelas, un libro de cuentos y dos libros testimoniales más.

No obstante que el autor también escribe ensayo y artículos periodísticos, es en su literatura donde mayormente refleja su experiencia de vida. De la relación adúltera que tiene con una empleada doméstica, quien empieza por hacer la limpieza de su departamento y acaba enredado con él, escribe Fallaste corazón (Tintas editores, 1990), novela que recrea las vicisitudes trágicas de dos jóvenes amantes.

Después publica Bellas en su abandono (Editorial Guernika, 1994), un libro de cuentos en que se regodea en los personajes femeninos que tanto le gustan y al mismo tiempo ajusta cuentas con su padre muerto hace ya varios años.

Y para poner punto final a la década, publica una novela humorística, muy criticada porque sale de su tono habitual: Lupe la canalla (Editorial Guernika, 1996/ Daga editores, 2000). En ésta cuenta otra historia verídica que le ocurrió cuando, en una de sus prolongadas épocas de crisis económica, una admiradora “gorda, cuarentona y estúpida” (sic) lo acosa sexualmente.

En septiembre de 2001 recibe el premio Antonio Mediz Bolio por su trayectoria y rompe un periodo de falta de creatividad con Ya viví, ahora qué hago (Plaza y Valdés editores, 2001). Novela en la que en una sucesión de escenas narra con técnica casi cinematográfica la historia de Alejandro, un amigo suyo que murió asesinado, y la alterna con la historia de un escritor “conflictuado y propenso a la autodestrucción”. En ella mantiene la misma visión pesimista de la vida e incluso confiesa su decepción por los premios.

“En mi carrera no contemplo los premios literarios internacionales. Fui niño violado, he sido prostituto, izquierdista, alcohólico, conozco la cárcel, soy bisexual; los premiadores rechazan este estilo temático.” (Ya viví, ahora qué hago; p.57).

A mediados de esta década, Raúl empieza a pagar la factura por años de intensidad y descuido, de alcohol y Valium. Lo aquejan las enfermedades y la angustia económica. Un problema en la columna vertebral lo saca de circulación durante varios meses. De la soledad y la tortura que padeció en hospitales del ISSTE, escribe la crónica Corazón de acero (Plaza y Valdés editores, 2002), en la que no hay ningún subterfugio literario que transforme la realidad, sólo nombres y situaciones vistas desde la óptica de un escritor que nunca necesitó imaginarse el dolor porque lo vivió a fondo.

“Volvió a excitarme el retar a la muerte. No le tengo miedo, quizá por eso se ha vuelto complaciente conmigo. Desde pequeño he batallado solo. Con el dinero ganado por medio de trabajos desagradables, pagué mi carrera de contador y el aprendizaje del idioma inglés. Me sobrepuse al abandono de mi padre. Llegué a la ciudad de México con unos pesos en la bolsa. Me abrí camino. Trabajé como contador mientras estudiaba literatura y escribía mis primeros libros. Algunas depresiones las superé por medio de la escritura. Sobreviví a tres intentos de suicidio. El primero fue a los nueve años, después de una violenta agresión de parte de mi padre. Cuando estaba a punto de entrar al quirófano, pensé en que tengo el corazón de acero. Había podido sobrevivir a tanta agresión.” (Corazón de acero; pp. 124-125).

IV

Ningún medio se pone de acuerdo. Por Esto! afirma que fue entre el 18 y 19 de noviembre de 2009. En Noticias del Mundo puede leerse que ocurrió el 22 de ese mismo mes. En la edición de Milenio del 28 de noviembre, aparece una nota de Ignacio Trejo Fuentes: “Rodríguez Cetina determinó aislarse del mundo –sobre todo del ámbito intelectual-, del sexo… y se encerraba en su minúsculo departamento de la Colonia Moctezuma a escribir como obseso y a beber como demente. Ahí murió, a causa de un infarto múltiple al miocardio, según reveló la autopsia. Sus vecinos se extrañaron de no verlo durante varios días pese a que las luces de su departamento permanecían encendidas; luego fue un hedor y nubes de moscas las que obligaron a dar parte a las autoridades. Al arribar éstas, el miércoles pasado, descubrieron al yucateco muerto, tirado de bruces en el piso. Pero los expertos calculan que tenía por lo menos ocho días de haber fallecido, solo, como un perro.”

Apenas hace unas semanas, la editorial Plaza y Valdés lanzó a la venta el último libro de Raúl, Mi pasado me condena (Plaza y Valdés editores, 2009), una serie de relatos engarzados que conforma su libro de memorias.

Vale la pena leer este libro que responde, por medio del ejemplo de una vida particularmente difícil, a tantos aprendices que sueñan con hacer carrera literaria.

“Ya desde el principio comprendí que el oficio del escritor mejora con cada libro y que los reconocimientos carecen de importancia, porque el reto se encuentra en el siguiente libro.” (Mi pasado me condena; p.65).

El cuerpo de Raúl Rodríguez Cetina fue cremado y sus cenizas fueron esparcidas en la Mérida que lo vio nacer en 1953. Al parecer dejó un libro póstumo que se llama Turbulencias y está próximo a publicarse también por Plaza y Valdés.

9 comentarios:

  1. Sr. Jorge Borja pido a usted exaltar el lado bueno en la vida de mi Tío Raúl Rodríguez, le agrazco por su aprecio a él, su compresión pues lo amabamos y lo aceptabamos con virtudes y defectos nunca imagino el amor que le teníamos tal vez no se hubiese sentido sólo, pero somos su familia y nos duele amarillismos, Ráúl descanse en Paz, a los angeles solo se les recuerda lo bueno, lo demás fueron enseñanzas en la vida, con gratitud a este comentario,
    Meztli Orozco Rodríguez.

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  2. Siempre me gustaron tus libros más lupe la cañalla.
    una admiradora desconosida para tí
    pero no de tú literatura.
    Siempre adelante y.
    con cariño a Raúl
    Mónica López

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  3. Raúl te esperabamos en Diiembre,
    si llegaste en otra espiritualidad,
    no me falto decirte te quiero
    te digo te quiero
    aún siendo niño
    con amor tú sobrino Orlando Silveira Orozco

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  4. Raúl
    te esperabamos
    dos como la gente
    y una copa de hermandad
    brindemos esta navidad por el nuestro amigo y escritor
    Raúl Rodríguez Cetina
    José Estrada
    Jesús Silveira

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  5. te queremos tío te queremos
    siempre en nuestro corazón
    Joseph, Alex y Rich .

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  6. Los angeles estan en el cielo
    portense bien Clemich Gran maestro y Poeta
    Raúl Un gran escritor
    con cariño Tú hermana Miruch.

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  7. gracias por crónicas como esta mi querido amigo Borja. La vida de este hombre hace ruborizar hasta al más bravo de la cuadra...

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  8. yo soy su sobrino o.s.o.

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  9. Me ha costado mucho conseguir sus libros pero vaya que es y sera siempre fascinante leer sus libros

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