miércoles, 8 de julio de 2009

Más que ser hombre, ser responsable de mi destino



Fragmento de entrevista con Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008)

Este 31 de julio se cumple un año del fallecimiento del maestro Rascón Banda. A manera de mínimo homenaje transcribo fragmentos de la entrevista que le realicé el 7 de enero de 2008 para la serie radiofónica Entre hombres sin vergüenzas.

Algo de la energía y de la franqueza de los hombres recios del norte se trasluce en el trato de Víctor Hugo Rascón Banda. Nacido en 1948 en Santa Rosa de Lima, Uruáchic, un pueblo perdido en la Sierra Tarahumara, Rascón Banda es el claro ejemplo del hombre que se inventó a sí mismo. Maestro Normalista, Licenciado en Lengua y Literatura Española, Doctor en Derecho, Asesor Jurídico de la Banca, Dramaturgo multipremiado, Guionista de cine y televisión, Académico de la Lengua y Presidente de la Sociedad General de Escritores de México, Rascón Banda parece haber vivido muchas vidas en una sola.


Jorge Borja: ¿Cómo se entendía el concepto de hombre allá en su natal Chihuahua?
Víctor Hugo Rascón Banda: Yo he sido de los privilegiados seres humanos que les ha tocado vivir varias épocas de transformación de la humanidad en poco tiempo. Desde el momento en que yo tengo uso de razón, en un pueblo mineral, tipo el antiguo Oeste norteamericano donde estaban muy claros los roles divididos: el hombre a caballo con su pistola, jugando en el billar, el hombre siempre hablando fuerte, yéndose a cazar y la mujer en casa. De repente, cuando salgo de ahí a los diez años para estudiar en Ciudad Juárez y en Chihuahua, ciudades ya importantes, la cosa empieza a cambiar, empiezan a verse cosas que jamás hubieran sucedido en el pueblo, por ejemplo que los niños laváramos los trastos, planchado la ropa y ni siquiera levantar la cama. Llegamos de la ciudad, un grupo de estudiantes de la Sierra y a lo primero a que nos obligan es a tender la cama, “o sea… ¿cómo?... yo no puedo hacer eso” ―y aparte pagábamos, era casa de huéspedes―, y que levantáramos los platos para llevarlos al fregador en la cocina y varios compañeros, primos más bien, se negaron y decían que no eran viejas. Como yo era dócil y no quería problemas, obedecía los nuevos roles que nos iban imponiendo. Voy a los 16 años a Ciudad Juárez y ahí cambia totalmente esto porque la época del 68 ―los hippies, el LSD, las drogas, libertad sexual, amor y paz― y vuelven a cambiar los roles porque entonces ahora era una igualdad de hombre y mujer.

JB: ¿Cuándo se sintió por hombre por primera vez?
VHRB: Creo que no soy un caso normal, no puedo ser un caso que sirva para ejemplificar algo porque a mí a los diez años de edad me subieron a una avioneta con otros diez niños y nos mandaron a estudiar la secundaria y no volvimos con nuestros padres hasta que la terminamos, y nos mandaban dinero para administrar nosotros nuestro pasaje, para comprar nuestros zapatos, nuestra ropa solitos. A los diez años cuando no conocíamos la luz eléctrica, la televisión, el cine, los coches y llegamos de la sierra a la ciudad de Chihuahua. Luego a los 16 años fui profesor titulado y con plaza federal. Yo daba clases nocturnas, de 13 a 16 años. A los mejores alumnos, con mejores promedios, nos daban la oportunidad de ganar un dinero extra dando clases nocturnas para obreros y sirvientas. Yo tenía alumnos de 30, 40 o 50 años teniendo yo 13, y me sentí dueño de mí mismo y responsable cuando bajé de la avioneta en Chihuahua y me enfrenté a una ciudad donde no conocía a absolutamente nadie, bueno ni el cine. Ahí tenía que ser dueño de mi destino, tenía que organizar mis míseras finanzas, mis treinta pesos. Gastaba un peso diario en pasajes, me tenía que durar los veinte días hábiles, yo mismo tenía que cuidar mi ropa, mi alimento y mi conducta. Cuando fui a Ciudad Juárez era la época del amor libre y las drogas. Yo tenía 16 años pero como yo llevaba la profesión de profesor dije “Me voy a perder. Estoy seguro que me voy a volver drogadicto, marihuano” y todo porque todos mis compañeros fumaban, todas las mujeres se acostaban, era el amor libre sobre todo en la frontera y además mi preparatoria en la frontera era una preparatoria para adultos cuando yo estudié, ya no era para jovencitos. Ahí estudié mis primeros tres años de derecho, ahí hubo otro choque porque la moral en la frontera es diferente al resto del país, es una moral abierta como la de las grandes ciudades, como los puertos. De nuevo tuve que volver a buscar dónde vivir y cuidarme a mí mismo de no caer en el tráfico de drogas ni el consumo, no caer en la violencia. Juárez, como Tijuana, era una cantina, calles y calles de cantinas y prostitutas y vicios por todas partes. Yo vivía en medio de todo eso, cruzaba calles y calles que no descansaban y fue cuando dije: “Tengo que cuidarme, más que ser hombre tengo que ser adulto, responsable de mis actos”.

JB: ¿Hay algún personaje de novela o de teatro donde usted se haya visto retratado como un espejo?
VHRB: Hay varias donde yo he escrito mi punto de vista como personaje, incluso nomás le he cambiado mi nombre, por ejemplo en Los ejecutivos. Son tres ejecutivos de bancos el día que quebró este país en marzo del 95 y que nos hicimos pobres todos, el director de recursos humanos que aparece soy yo. La ropa de este muchacho que hacía el papel del Choby, interpretado por Jesús Ochoa, era mi ropa. Su portafolio era mi portafolio. Todos los arreglos del escritorio eran mis arreglos, eran mis agendas y todo. Era yo y soy yo, y lo supo toda la banca. En el caso de Contrabando yo me escribí a mí mismo ese papel, donde tres mujeres en una oficina van a hablar por radio, no sirve el radio y pasan tres días esperando la comunicación; son tres mujeres muy ligadas al narcotráfico: la esposa, la amante y la novia de narcotraficantes, pero yo soy enigmático ―que soy yo, que es real―, con botas, sombrero, chamarras, camisa de cuadros que llega también a hablar y una me confunde con narco, otra con judicial y otra con compositor de corridos. Todo lo que ahí se habla fue verdadero, así me pasó cuando yo conocí a estos personajes, lo único que hice fue sintetizar y trasladar la escena. Después no me atreví a actuarla hasta que el Canal Once hizo una producción especial y ahí con Ana Ofelia Murguía y Laura Zapata pude actuar. Actué mi personaje para el cual me escribí. Esas dos son autobiográficas, hay otra que se llama El baile de los montañeses, que es un de mis éxitos de los ochenta producida para el Cervantino que habla sobre la guerrilla. Se trata de un guerrillero que se esconde en un pueblo, llega el ejército y obliga al pueblo a bailar varios días encerrados en un salón hasta que lo entreguen, mientras él se esconde en la iglesia. El presidente municipal que es un joven está entre el bien y el mal, entre la represión y todo eso soy yo. Martha Luna cuando la dirigió me dijo tú eres por todo esto y esto y yo no lo sabía, ella dice que cuando uno escribe, sin querer, es uno de los personajes, y ese personaje era yo. Y sí, los valores que manejaba ese personaje son los míos, y lo que decía es lo que yo digo en la vida. Entonces yo creo que uno sí se desdobla en sus personajes.
En El deseo, esta obra con Ofelia Medina y Víctor Carpintero, que habla sobre el muchacho colombiano de 25 años enamorado de una judía de 70 en los Ángeles, pensé que era Víctor, todo lo que hablaba porque es tercer mundo –yo soy tercer mundo-, y un día analizando la obra con el director neoyorquino que vino, él y Ofelia concluyeron que yo tenía la mitad del personaje de ella, que también era egoísta, posesivo, que yo tenía exactamente la mitad de los personajes y por eso la obra estaba bien equilibrada y sigue funcionando, sigue de gira por ahí. Eso yo no me lo propuse pero fue el inconsciente. Yo pensé que era Víctor porque hay escenas eróticas donde él le dice cosas de sexo por una puerta y son mis palabras; mis amigos y amigas que me conocen de cerca dicen “ése eres tú”, muchas cosas, pero Ofelia descubrió que no, que también Susán, así se llama el otro personaje, tiene mucho de mí, la parte del egoísmo, de la represión hacia el ser querido, de la destrucción a lo que se ama y la crisis de la relación tiene mucho que ver con crisis que yo tenía.

JB: En uno de sus libros más recientes dice que hay que aprender a vivir. ¿Qué significa aprender a vivir?
VHRB: Creo que nunca, ni desde primaria ni desde el jardín de niños o en la adolescencia, nos dicen que la vida es breve, que la vida es un suspiro, que es una flor y que no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir. Si en las escuelas leyéramos los poemas de Nezahualcóyotl donde dice que aquí sólo somos flores y canto de los pájaros entenderíamos. ¿Cómo que ya estoy condenado por un cáncer a morir?, ¿por qué nadie me lo dijo para haber disfrutado un crepúsculo, una tarde de lluvia, un café con un amigo en la Gandhi o caminar por la playa en un atardecer? Por qué no nos dijeron que la vida es breve, uno cree que va vivir toda la vida; uno cree que está viviéndola porque le salen canas, arrugas y cumpleaños y eso no es vivir, eso es dejar pasar la vida y el cuerpo envejece; vivir la vida es asumirla plenamente, gozarla plenamente en aquello que tiene de atractivo: los colores, los sabores, las relaciones humanas y no perderse en rencores, odios, maledicencias y en sentimientos negativos. Creo que si tuviéramos otra actitud seríamos más felices y el día que llega una enfermedad mortal, uno dice bueno, goce la vida e hice el mal, no hice el mal cuando menos. No hice el mal, “no me llevó eso de culpa” porque entonces uno no tiene por qué preguntarse cómo es que ya se acabó todo, no, porque uno disfrutó plenamente a la familia, a los compañeros, a la ciudad, al pueblo, al sol, la luna; una noche de luna que es gratis, el sol, la luna es gratis, las estrellas son gratis. Ahorita se está mirando muy bien Marte al atardecer porque está muy cerca de la Tierra, es un planeta rojo; hay que salir a verlo porque es una maravilla de la naturaleza. La lluvia de estrellas, el canto de los pájaros. En un tianguis esas frutas multicolores y multisabores que ningún país las tiene; esas verduras que son infinitas y que venden en los mercados populares es para estarse uno ahí todo el día, es un cuadro, es un gozo a la vista, a la nariz y al gusto, entonces por qué no disfrutamos esos pequeños placeres, incluso el metro. Aunque en el metro nos empujen, porque ahí va la ciudad transportándose, van sueños y esperanzas ¿por qué no le encontramos sentido a las cosas cotidianas? Creo que la vida es tan breve que la desperdiciamos, y después nos lamentamos y decimos por qué no hice esto, por qué no hice esto otro cuando ya es demasiado tarde.

JB: Si usted se encontrara con ese niño que a los diez años llegó en avioneta a Ciudad Juárez, ¿qué le diría?
VHRB: Le diría como me dijo mi papá en el momento en que la avioneta nos recogía a esos niños que y subíamos y yo volteé a ver a toda la familia que esperaba en la pista en el cerro, para ver arrancar en una pista de 150 metros de tierra, él me gritó: “No te rajes”. Yo le diría a este niño “No te rajes”; a ese niño que llegó a Chihuahua, o a ese adolescente que llegó a Ciudad Juárez, o a ese otro joven que llegó a la Ciudad de México, yo le diría “No te rajes”. ¿Qué quiere decir? No te desesperes, lo vas a lograr. Si te planteas ese objetivo lo vas a lograr, porque uno duda de sí mismo, de sus propias fuerzas, de su fe, de que las cosas puedan no lograrse. Si alguien le dice a uno “No te rajes” todos los días en la mañana, o decírselo uno al espejo, yo creo que eso sirve mucho.

1 comentario:

  1. Espero que la falta de práctica sea entendida por todos los comensales de este comentario. No es justificación, es parte del principio de realidad.

    Como todo genio y figura Víctor Hugo, o Hugo como le decíamos, no fue reconocido sino hasta muy tarde por su familia. A mí me llevaron a ver una de sus obras y me encantó pero no entendí nada; era muy pequeño y ahora sólo es un recuerdo psicotrópico de mi temprana juventud. Yo creo que me alejaron de este gran personaje por miedo a mis obsesiones histriónicas. Cuando lo traté a fondo era muy tarde, él moría poco a poco y yo ya era publicista. También, hubo con Hugo malos entendidos de los que nadie era responsable.

    De chanfle, pero sí compartí su doble vida; sólo que a mi me lo presentaron como el gran abogado bancario y no como el hombre envuelto en su propia búsqueda de la estética. Con Hugo al final de cuentas comparto muchas cosas. Sobre todas ellas la misma historia familiar: una familia que se enclaustro 400 años en la sierra taraumara por y para el oro negada a reconocer su talento y vocación de disfrutar la vida.

    A Hugo lo mato el cáncer, pero el cáncer le surgió de esa contradicción que vivimos casi todos los Rascón y la gran mayoría de las personas. Que las palabras del tío trasciendan el personaje para esclarecer el mensaje “es para estarse uno ahí todo el día, es un cuadro, es un gozo a la vista, a la nariz y al gusto, entonces por qué no disfrutamos esos pequeños placeres”… …“No te rajes”. ¿Qué quiere decir? No te desesperes, lo vas a lograr.

    ResponderEliminar