Tengo 64 años
en mi pubis aún se mantienen oscuras
las interrogaciones.
He bajado 10 kilos en los últimos meses
cada vez más encanallecido
y pálido.
Mi última esperanza es amanecer
con los ojos abiertos hacia el cielo
reintegrado a la nada.
La vida deja llagas profundas
en el alma una infección
que se extiende incurable
y mortífera.
Bebo, según recuerdo
desde antes que nacieran
mis padres y mis abuelos
con las pausas puntuales
del anexo y la cárcel.
las interrogaciones.
He bajado 10 kilos en los últimos meses
cada vez más encanallecido
y pálido.
Mi última esperanza es amanecer
con los ojos abiertos hacia el cielo
reintegrado a la nada.
La vida deja llagas profundas
en el alma una infección
que se extiende incurable
y mortífera.
Bebo, según recuerdo
desde antes que nacieran
mis padres y mis abuelos
con las pausas puntuales
del anexo y la cárcel.
Me abandonaron las pasiones
aunque a veces en penumbras
siento cómo se desanilla la necesidad
buscando madriguera.
Por fortuna mi esposa e hijos
acabaron de raíz el mal ejemplo
y me echaron de casa
sin remordimientos.
He pasado madrugadas a la intemperie
acompañado del frío y de ese fiel
perro negro que vela
mis sueños.
Poco aprendí pero sé
despertar entre moscas y basura
con el estómago como mausoleo y la sed
del que atraviesa desiertos.
Esta noche
desde un cuarto de azotea
contemplo la iniquidad del mundo
sus luces parpadeantes y engañosas
como promesas falsas.
Alzo mi envase de aguardiente
y brindo por ese luminoso pantano,
de animales en celo
depredadores
y ponzoña.
Por ese río fosforecente
que viene reptando
bajo mis pies.
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